lunes, 14 de diciembre de 2015


El mundo mío
Sí, el mundo existe para mí porque mis sensores visuales así lo captan, aunque abarque solo una ínfima parte de él. Pero, para algo dispongo de las figuraciones extrañas que detecta mi cerebro, y también están mis conocimientos, mi imaginación, que me traen una representación inmensa, descomunal, fantástica, irreal, loca de la estructura de la vida. No puedo evitar pensar que todo esto que se me manifiesta ante mi persona lo hace como parte de mí, para que yo lo contemple, para que lo use, para que lo experimente, lo disfrute y construya mi propio mundo. Durante la trayectoria de mi vida, todas las piezas, los elementos mostrados (personas, plantas, animales, cielo, montañas, mar, imposiciones domésticas, gente, palabras) giran en torno a mí, y me producen una amalgama de sentimientos, de felicidades, de sensaciones y, a veces, de desdichas, y, sobre todo, de ilusiones y deseos de progresar; ellos, mis sensores cerebrales, contribuyeron a elaborar mis principios, mis conceptos y me inculcaron los albures, lo que creo que significa realidad, las fantasías, las pasiones, los desengaños y las líneas de conducta. Por mi parte, espero haber hecho lo posible por contribuir a la felicidad de los que me rodean, de mi difunta mujer, de mis hijos, de todos aquellos que tienen relación conmigo… Pero pienso que si yo no viera todo esta amalgama de cosas, si yo no lo disfrutara, si no tuviera la capacidad y la sensibilidad para sentirlo y amarlo, es decir, si yo no estuviera aquí presente, si mis ojos carecieran de funcionalidad visual; si de mi boca no salieran palabras que provocaran acciones y pensamientos; si en mi corazón no se formaran los deseos delirantes, extraños o reales, si yo no me hubiese encontrado con la persona que me embelesó, la misma que hizo palpitar mi corazón y me hizo feliz, no hubiera sentido el amor como lo he sentido y ambos en colaboración no hubiéramos fabricado a nuestros hijos —lo cual nos produjo sensación de vida—, ni tendría idea de lo que significa la función creadora, ni tan siquiera tendría el deseo de experimentarlo; si no estuviera en condiciones de pronunciar el vocablo simple en primerísima persona del «yo» (yo esto; yo aquello), no hablaría de mí ni de mis sentimientos, porque yo no sería nada y no habría instrumentos para animar mis manifestaciones. La vida, mi vida, soy yo, no tengo duda, y no es que trate de usar una expresión egocéntrica, porque sin mí, sin mi yo, la vida no existiría: es decir, que todo fue elaborado para mí, para mi recreación, para mi consumo. El día que yo no exista, el día que me pellizque y no sienta nada, ya no habrá sentimientos, ni expresiones de amor, ni sonrisas alentadoras, ni promesas, ni asedios, ni paladar, ni deseos de recopilar todo lo que es afín a mí… ¿Qué importancia puede tener que esa persona que juegue con unos niños a la que estoy viendo desde mi ventana? Si yo no la podría ver, ni sentir, ni disfrutar, ni enternecerme, sería que no estoy aquí, que no soy nada. ¿Quién me dice a mí que este mundo seguirá existiendo después de mí, después del día que yo me vaya. No tengo ninguna prueba. Hay veces que pienso que soy el sueño delirante de alguien, de alguien que está muy por encima de mí, y que su sueño es lo que me da la vida y produce en mí otros sueños de menor envergadura. Podría ocurrir que ese ser que me soñó, al levantarse por la mañana, le dijera a su esposa llamada Minerva: «Oye, Mini: Hoy he tenido un sueño muy extraño. He soñado con un individuo que solo poseía una cabeza pequeña (creo que mi soñador tiene una cabeza muy grande). Era una persona extraña que poseía anhelos, ambiciones, inquietudes, temores, padecía fastidios, alegrías, envidias y rencores… y creía que el mundo donde él vivía existía de verdad, y era así de la misma forma que él lo concebía. Se trataba de un ser que era capaz de sentir un extraño amor que le atraía inevitablemente hacia una mujer, quien, a su vez, sentía un fuerte amor hacia él y ambos amaban a los hijos que trajeron al mundo. A este individuo que, además, le gusta un espectáculo raro llamado fútbol y le hace feliz cuando su equipo gana, que se queda embelesado al contemplar a los niños, a los paisajes, a los animales, a la vida; que le gustan expresiones de amor como dar besos y acariciar a otros cuerpos, es a quien yo he soñado. ¡Qué bonito era todo eso! Se trataba de un mundo lleno de delicias, de complicaciones, de competencias, de sis y nos, de motivos para luchar, de inseguridades, de traiciones, de deseos insatisfechos, de anhelos, de variedades. No era como este nuestro, tan estructurado, tan perfecto, tan «científico», tan igual, tan serio, tan inamovible, tan sin motivaciones ni anhelos. Fíjate que las mujeres de mi sueño tenían pechos pronunciados, no como las de aquí que son planas porque los pechos ya no son necesarios y las anatomías han cambiado. Aquí a los niños ya no se les amamanta… Nosotros todo lo tenemos regulado, establecido de antemano. ¡No existen las ilusiones! ¡No existen los encantos de vida! Bueno: voy a seguir tomando de esas pastillas alucinantes para que este sueño no termine nunca…!

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