viernes, 9 de octubre de 2015


Pero, ¿qué significado puede tener la vida?
Cierro los ojos y pienso: la vida, en realidad ¿qué es? ¿Quién nos la habrá dado y con qué propósito? ¿Qué podemos estar haciendo todos los seres que habitamos este planeta, mirándonos unos a otros con recelo, mordiéndonos las uñas, quejándonos del ruido y envidiando la suerte que tiene nuestro vecino, mientras tratamos de conquistar ardientemente unos principios de felicidad que son absolutamente falsos, y que, además, nunca nos permiten aprehenderlos de verdad porque, cuando estamos a punto de alcanzarlos, enseguida comenzamos a mirar hacia el siguiente. “Aquel sí es el bueno, no éste…”, solemos pensar. Y la persecución comienza de nuevo como si se tratara de una carrera sin final. Así, permanezco un rato remedando la figura de El Pensador de Rodin, estático, con los ojos cerrados, el codo de mi brazo izquierdo anclado en la mesa, y las yemas de los cinco dedos de mi mano apoyados levemente sobre mi frente, como si tratara de extraer o exprimir lo que se esconde tras ella. Si es que, en realidad, se esconde algo, cosa harto dudosa… Cuando adolescente, esta postura era mi predilecta. Solía reconcentrarme de tal manera en los temas espirituales que me preocupaban, y tenía tal habilidad para aislarme del mundo externo, para recogerme en mí mismo en un estado de abstracción por el que creía alcanzar unos parámetros tan profundos que me conmovían y me causaban diversas emociones, y llegaban a hacerme creer que yo, cuando me lo proponía, me convertía en una especie de místico con poderes por encima de las imposiciones terrenales. De tal manera que, a veces, mi pensamiento llegaba lejos. Creía, incluso, en determinados momentos (cuando yo era un creyente), situarme junto al mismo Dios. No lo veía, pero lo presentía… Claro, mi juventud de aquellos días no me inducía a preguntarme cuál era el sentido de la vida porque la vida era lo que pasaba a diario; la vida era tomarse unos tragos con los amigos y vociferar como poseídos desalmados en el campo de fútbol, sobre todo cuando jugaba mi equipo; la vida era comerse una pierna de cordero asado en un horno de leña o un entrecot de tres centímetros de grueso; era disfrutar con mi novia, bailar con ella, abrazarnos, buscar rincones apartados donde exteriorizar nuestro amor y sentirnos dichosos al decirle yo que era la mujer de mi vida mientras ella me miraba con ojos de enajenada. Entonces la vida solo era confirmar nuestro amor asegurándonos que nos amaríamos siempre y seríamos felices toda la vida convencidos, en aquel momento, de que nada enturbiaría esta película amorosa… ¿Quién se va a preguntar qué es la vida en esos momentos gozosos, cuando se está lleno de proyectos y esperanzas de cara al futuro? Tal planteamiento solo se lo presenta uno ahora, cuando se es un vejestorio sin esperanzas ni proyectos y, si me apuran mucho, diría que sin amor… Y con la muerte esperando a la vuelta de la esquina… (En la fotografía de la entrada están mi hijo Dani, mi norinha —nuera en portugués— Robi, y mis dos nietos gemelos, Lara y Leo, sus hijos recién nacidos)

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