miércoles, 15 de julio de 2015


¿Mi testamento?
Puede parecer un signo de chochez aguda, pero, después de cumplir mis primeros 83 años, estoy tratando de autenticar mi vida, de ponerme en paz conmigo mismo, de comprenderme a mí y entender mi entorno. ¿Y en qué consistirá eso de autentificarse?, preguntarán los más distendidos. 
He aquí lo que dice la Real Academia:
Autenticar (o autentificar): 
1 Acreditar o dar fe de que un hecho o un documento es verdadero o auténtico.
2 Autorizar o dar carácter legal a una cosa.
3 Convertir algo en auténtico o verdadero: autentificar una relación.»
El punto 3 es el que tiene más sentido para aplicármelo. 
Me explico: durante los días, semanas, meses, años que me puedan quedar de vida, he decidido ser yo, buscarme a mí mismo, autenticarme de cara a mi composición espiritual, desechar mi atavismo y poner en aprietos a mis cromosomas mientras le grito no a mis sensaciones externas, a mis convencionalismos (llegado a este punto, habrá quien diga: «¡Este, por lo que se ve, está a punto de salir del armario…!» Y yo digo que nada de eso: he estado fuera del armario toda mi vida. Soy un heterosexual acérrimo, convencido, sin titubeos. Admito la existencia de la homosexualidad como preferencia de algunos, pero eso no quiere decir que la comprenda. Mi naturaleza me inclina exclusivamente a amar a una mujer: lo que está fuera de eso me parece una rareza, una deformación mental, podría hasta decir que me produce cierta repugnancia —bueno, cuando el amor se efectúa entre hombres; porque cuando es entre mujeres, no tanto), no a mi educación deformada, no a los conceptos erróneos que me transmitieron mis mayores, no a los que me dicen lo que está bien y lo que esta mal, porque el bien y el mal me lo dicta mi conciencia… Hay quien ha escrito que esta gran cuestión se plantea con más y más fuerza a medida que aumenta la edad, que es entonces cuando el ser humano intuye que el universo «aparece» ante él por el ejercicio de sus sentidos, de su conciencia, de su razón, de sus emociones, sin dejar de estimar la verdad última y el final que tenemos asignado, porque morir y desaparecer definitivamente no está en concordancia con la valía del ser ni con la categoría ornamental de su presencia. Es posible también que en esta fase de despedida uno exija con más ahínco descubrir su destino aunque no deje de ser una causa perdida. Por otra parte, no hay duda de que existe un fondo metafísico que representa el gran enigma al que debe enfrentarse el ser humano durante toda su vida, a pesar de que lucha contra inconvenientes naturales debidos a una estructura que no nos permite ir demasiado lejos. Pero, aún así, quiero concentrarme en ese afán, en su sentido, en su significación. Intentar llegar hasta dónde sea capaz, sin dejar de lado ese sentimiento que me atribuyo: poseo un compuesto físico y biológico, de acuerdo, pero además existe en mí una composición formada por mi alma, por mi espíritu y por mi cerebro, amplia y determinante, exigente, que me distingue de mi lado animal, es decir, hay en mí un ser que impulsa su entorno y se emociona o se enternece; que padece las desventuras propias y ajenas, que tiene ansiedades liberadoras, y que aspira a sentirse una pieza fundamental en el conjunto. Un ser que se exige a sí mismo ir detrás de las simbólicas y poéticas estrellas del firmamento.

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