miércoles, 28 de abril de 2010


Música y romanticismo


Hay veces que me encierro con mis canciones «tristes» y, mientras voy soltando gruesos lagrimones sobre el teclado, me dedico a soñar recordando aquellos buenos momentos vividos en torno a la música, con Angelines, claro, mi mujer, y también con otros personajes que mi pudor y el ambiente que intento dar a este escrito no me permiten nombrar. Es ésta, la de oír música con recogimiento, compréndalo, una buena forma de sobrellevar la soledad, de soportarla, de sentir las mismas emociones que sintió —en este caso— la cantautora en cuya música trato de «atrincherarme». Y es que, sí, y lo digo con la mayor cautela puesto que hay que contar con mi particular retraimiento: los momentos lánguidos me agradan y eso no significa que yo sea masoquista o inclinado a provocarme inactivas depresiones. No. Tal vez todo provenga de ese romanticismo que «padezco» mientras «disfruto» de un mundo imaginario donde todo se quiere asir con una dulzura algo angustiosa, de la cual soy declaradamente partidario…

Puedo afirmar que los momentos más intensos experimentados en mi vida han sido los románticos, los tiernos, los líricos, dándole a mi sentir un cariz mustio, pero calmado, y con cierto matiz de nostalgia, porque un romanticismo sin nostalgia no tendría sentido… Y habría que preguntarse: ¿a qué viene esto de la nostalgia? ¿Será que esta sensación melancólica procede de una insatisfacción espiritual, algo muy en consonancia con el ser humano? No sé, tal vez proceda de esa noción tan arraigada de que nada es eterno, y nada dura para siempre. O sea, que si algo bondadoso se percibe ahora, se acabará ya mismo… Aunque la poca duración de los momentos románticos también pueden representar una ventaja o un aliciente: imagínese si fuesen más durables, si uno tratara de estar dando besos apasionados a su amada día y noche, la amada acabaría por enviar al amante a freír espárragos, y tendría razón porque sería algo aburridísimo e insoportable, y aquí incluyo al acto sexual, que con todo y los goces que representa, es preferible que tenga una duración limitada (figúrese un acto sexual que durara toda la vida… ¡Eso solo Tiger Wood lo podría soportar, y, a lo mejor, ni él!), y nos deja la sensación de que en la vida todo es temporal, perecedero, y que después de este disfrute merecido o inmerecido, vendrá otro, pero entre ellos estará la rutina, la pesadez, el quehacer diario, o sea, bajar a comprar la leche, leer el periódico y aterrorizarse con él, pagar la factura de la luz, cambiar las sábanas de la cama, ir a la oficina…, o sea, esas obligaciones y actos simples que carecen de encanto y que, desde luego, romanticismo no tienen…

Pero, ojo, no nos desviemos, que yo soy de los que empieza hablando de la mecánica cuántica y acaba comentando un partido de fútbol entre el Arremete y el Arrempuja. ¡Hoy quería hablar del sentimiento romántico en relación con la música country, que es mi experimento más inmediato. Y de eso hablaré como me llamo Jacinto!

¡Ah, sí, ya sé! ¡Me refería a la música romántica! Precisamente a ésta que estoy escuchando ahora de Tammy Wynette, una mujer cantante y sufridora donde las haya, que se hizo famosa por escribir y cantar Stand By Your Man (Quédate con tu hombre) y por demandar a Hillary Clinton porque en un discurso ésta se refirió a Wynette despectivamente por su sometimiento a los hombres, quienes, por cierto, no la trataron muy bien… (se ve que Hillary Clinton de romántica no tiene nada…). Pero sí, la vida de Tammy fue triste: tuvo éxito profesional (dicen que vendió 50 millones de discos), pero no disfrutó de salud —murió de un derrame cerebral a los 56 años— e innumerables fracasos personales. Al escuchar sus canciones, se comprueba que era una mujer romántica… y también su dolor espiritual se advierte al oírla cantar.

Nosotros, mi mujer y yo, funcionábamos sin necesidad del romanticismo, pero, cada vez que nos metíamos en una situación romántica, el influjo de ésta nos empujaba a «desahogarlo» en la cama… ¡Claro, por eso tuvimos tantos hijos! Romántica ella y romántico yo, ¿qué se puede esperar? Pero la música siempre estuvo muy presente en la multiplicación de nuestras «seis especies».

A propósito de esto, alguien me preguntó que si no teníamos televisión… Y yo le contesté que es que mi mujer era tan fértil que solo le bastaba mirar mi calzoncillo para quedarse embarazada… ¡Oye, qué expresión tan poco romántica!

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