Predestinación
Posiblemente ahora, tú, querida mía, si tienes acceso a la verdad y conoces lo que realmente es, te será posible determinar los entresijos de todo aquello que para mí permanece oculto, y sonreirás dulcemente al contemplar el desbarajuste que se forma en mi cerebro cuando intento llegar más allá de los límites permitidos por la Naturaleza, cuando trato de analizar el entrañamiento de fuerzas extrañas en los hechos que perfilan nuestras vidas y que, a no dudarlo, pueden considerarse como un conjunto de sincronías o coincidencias.
¿Quién pudo seleccionar a este mediocre estudiante de medicina que lleva por nombre Félix para que hiciera el papel de mediador, como iniciador, como instrumento de nuestra historia mancomunada, la tuya y la mía? Lo ignoro, pero quien quiera que fuera el confabulador, lo tenía todo programado: tú y yo debíamos conocernos; unir nuestros destinos, y engendrar los seis hijos que trajimos al mundo. Pero, si la presencia de Félix, es decir si mi amistad con él no hubiera sido sellada en aquel tren que mi padre me obligó coger, si aquel venturoso día que definió nuestra historia, él, mi padre, no me hubiera expulsado de Medina de Pomar por mi mal comportamiento, y a Félix, el suyo, no lo hubiera obligado a salir del pueblo y embarcarse en el mismo tren que yo en dirección a Madrid, tú y yo no nos habríamos conocido; nunca hubiera existido nuestra familia; tú hubieras tenido tus hijos y yo los míos, cada uno por su lado, y no serían estos que son porque no tendrían los mismos genes, y nuestra historia, en vez de así, como ha sido, habría transcurrido por distintos derroteros. Y aquella fotografía tuya que llegó a mis manos un año antes de que ambos tuviésemos noción de nuestra existencia, en lugar de estar en nuestro álbum, como está, declarando una historia ciertamente curiosa y mágica, habría acabado en el fondo de una gaveta, olvidada, o habría sido destruida por la esposa que me hubiera correspondido de haber sido todo diferente a como fue. Ella, esa supuesta mujer, al encontrarla, se habría enfrentado a mí con un tono de reproche, recriminándome por guardar entre mis pertenencias la foto de una enigmática joven, bonita, con aspecto de niña inocente, y una leve sonrisa que le producía un ligero pliegue en la comisura derecha de su boca. Y me habría sometido —quizá entre lágrimas— a un interrogatorio dictado por los celos, inquiriendo acerca de la causa de tu presencia en mi vida. Y mi explicación, que un muchacho en la «mili» me pidió que se la guardara en mi taquilla, de la cual él carecía, y que después no volví a verlo nunca más; que yo nunca en mi vida había conocido a esa persona, que ni sabía cómo se llamaba, ni quién era, ni dónde vivía. Explicación que no le convencería, y seguiría pensando, obstinada, que aquella mujer podría haber significado un amor fallido, o un recuerdo íntimamente guardado, o un enamoramiento secreto que, en determinado momento, podría resurgir. En cualquier caso, una idea insoportable que podría haber supuesto nuestra ruptura, o que hubiera convertido mi matrimonio en una unión desdichada… La presencia de esa foto en mi vida, que es simple en apariencia, pero profunda y enigmática en su contenido verdadero, en mi hermana produjo un efecto singular. El descubrimiento ocurrió el día que yo llegué a mi casa con la primera foto que tú me diste. Ella, cuando la vio, me miró extrañada, «Tú ya conocías a esta chica…», me dijo. «No, la conozco hace aproximadamente tres meses…», «Pues entre las fotos que trajiste cuando viniste del servicio militar, hay una que o es ella o se parece mucho. Espera un momento…». Cuando mi hermana vino con la foto en la mano y comprobé que eras tú, me quedé tan pasmado, tan asombrado que pensé en la predestinación; en la ley de probabilidades; en el significado que un hecho semejante podía encerrar. Porque lo asombroso del caso es que esa foto yo la tuve en mi poder un año antes de conocerte. Yo y el que me la confió estábamos en Cádiz haciendo el servicio militar; este chico en su vida civil vivía en Logroño, lugar adonde tú fuiste a pasar unos días. En aquella ciudad, una amiga común os presentó. Después, tú regresaste a Madrid y la relación continuó de forma epistolar. Un día él te pidió una foto tuya y tú se la enviaste. Al poco tiempo no supiste más de él. Por lo que se refiere a mí, te conocí en Madrid, bajo el reloj de Movado en la centenaria Gran Vía, gracias a que asistí a una reunión organizada por Félix —reunión a la que acudí no sin haberlo dudado antes, porque no estaba yo por aquellos días muy animado para fiestas— y a la cual tú también acudiste invitada por él. Aquel día, como recordarás, quedó sellada la historia de nuestras vidas.
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