jueves, 8 de abril de 2010


Vivir de milagro


Aceptando por partes iguales que exista Dios o que no exista, o sea, creyendo en su presencia o sin creer en ella, estaremos todos de acuerdo en que, durante nuestro periodo de permanencia en este seductor e inaudito planeta llamado Tierra, la naturaleza, básicamente, nos ha construido, nos ha configurado, nos ha acondicionado de tal forma que no tengamos otra opción que limitar la obtención de nuestros recursos a las fuentes de abastecimiento disponibles aquí, es decir aceptar que, al mismo tiempo que nosotros, están presentes los elemento que nos procuran el mantenimiento y la felicidad que necesitamos y a los que todos aspiramos. Esto significa que el azar o el intendente general, quien sea, ha puesto a nuestro alcance toda una serie de instrumentos que nos permiten vivir, alimentarnos y sentirnos más o menos dichosos.

Si la vida en sí significa nacer, crecer, alimentarse, recibir amor, darlo, educarnos, colaborar con los otros, mientras cada cual va doblegando o amoldando sus sentimientos y sus costumbres, sometiéndolos al reglamento general —al paso que criamos a nuestros hijos—, y si, paulatinamente, nos vamos sometiendo a ciertos requerimientos comunes como son trabajar y, de una u otra forma, perfilar nuestra vida, estamos cumpliendo con las exigencias de nuestro ciclo vital. Y tras una serie de intereses desarrollados y toda una sucesión de desvelos y empeños —a veces vanos—, llegamos a envejecer, para acabar muriendo… O sea, una representación instaurada en la historia de una vida que, como acto final, solo le aguarda la muerte. Pero si en este trecho que se nos concede, nosotros, por nuestra cuenta, estimamos que algo falta en esta estructura, e intentamos añadirlo obteniéndolo mediante ruegos dirigidos al más allá, quiere decir que estamos considerando que a la creación, a la naturaleza que nos ha sido dada, o a nosotros mismos nos falta algo; que la vida no nos lo ha dado todo y que, por lo tanto, ésta no es tan perfecta como pensábamos, y hasta nos impulsa a pensar que este mundo no es tan maravilloso como nos hicieron creer… Ante tal situación, y al intentar obtener los recursos que echamos en falta por medios no regulares, mágicos o religiosos, estamos recurriendo a fantasías, ilusiones, a ideologías vanas e irreales pues tratamos de obtenerlas de forma complementaria, y como un instrumento para darnos seguridad y aumentar nuestro bienestar material, o bien con la idea de prolongar nuestra vida debido a que ésta, además de parecernos corta, nos resulta un tanto inacabada.

Pero es aquí, solo aquí, en esta bendita o despreciable Tierra —porque todo cabe— donde están los tesoros o las amarguras que podemos esperar, como son la felicidad, la desgracia, la dicha, la desdicha, el amor o el odio, el salir adelante o quedarse arrinconado. Y hemos de supeditarnos a atender o encarar las situaciones de forma que seamos nosotros mismos quienes nos las procuremos con los medios lícitos disponibles, cada uno por su cuenta o con la ayuda de otros, o con sus comportamientos, o con sus puntos de vista y con sus actitudes. Y no existe nadie venido del espacio exterior o procedente de un venturoso mundo de deidades mágicas y dadivosas que nos lo procure. Creer lo contrario sería implementar nuestra vida con elementos imaginarios requeridos a causa de determinadas deficiencias en nuestra personalidad o por el susto que nos produce depender de nosotros mismos. Porque, ¿habrá algo más injusto, más ilícito y arbitrario que esos milagros atribuidos a Dios, a ese favor exclusivo que podemos esperar egoístamente de él en beneficio nuestro?

Porque, si tú crees en Dios, si piensas que él te ha dado la vida, debes considerar que su obra es suficientemente perfecta y completa, y que no necesitas ningún agregado. Pedirle algo que complemente tus necesidades, algo que esté por encima de las que él te facilitó originalmente, es faltarle al respeto, porque estás considerando que se ha quedado corto o que contigo no se ha portado bien.

Y si no tienes creencias, pues debes de conformarte con lo que tienes o luchar por mejorarlo pero solo a base de echarle… corazón y utilizando los recursos que tienes aquí. Sin más protestas ni lamentos

A ver, explícame esto: yo conocí a una persona que le gustaba jugar a la lotería, y que siempre que compraba un número, se lo encomendaba a Dios. Y, ya ves: le tocó en un par de ocasiones… ¡¡Milagro!! gritó él agradecido. Y realmente, viéndolo de forma aislada, sí lo parece… Pero conozco a otras muchas, muchísimas, que también juegan, y también creen en Dios, y se lo encomiendan con el mismo fervor que el otro… y Dios no les ha escuchado jamás en la vida. Si yo fuese creyente, ante tamaña injusticia, dejaría de serlo. ¿No habría que considerar que es un trato injusto, propio de un ser un tanto voluble, que trata a unos seres como si lo merecieran todo y a otros como si no merecieran nada? Por otra parte, ¿usted cree que ese Dios, si existe y usted confía en él, puede estar pendiente de tales nimiedades con la cantidad de gente que reside en la Tierra mas la que pueda existir en otros confines del Universo?

Mire, aquí, en este asunto, es donde entra la suerte, lo aleatorio y, como todo en la vida, unas personas la tienen a raudales mientras otras carecen de ella. Sin que deje de reconocer que eso de la suerte —sincronía, lo llamaba Jung para darle un sentido más humano o trascendental— es uno de los misterios que nos rodean. Uno de tantos.

La conclusión de este discurso es dejar establecido que si existe Dios, es muy poco probable que él mismo corrija su creación a base de conceder favores… Y si no existe, entonces sale sobrando abundar en una explicación acerca de la inexistencia de ellos…

Aún así, convengo en que los milagros existen, que en algunos casos son hechos comprobados. Pero pueden provenir de otras fuerzas no dominadas hasta ahora por el ser humano. Algunas de ellas podrían estar cercanas al subconsciente…