martes, 6 de abril de 2010


Una extraña convocatoria


Estaba dándole vueltas o echándole pensamiento a una novela que se me ocurrió recientemente, cuyo argumento trataría sobre un hombre viudo que, después de diez años de muerta su mujer, decide convocarla para que se presente —no ella, naturalmente, sino su espíritu— ante él y mantener ambos una entrevista que versaría sobre el amor, los pecados conyugales mantenidos ocultos, el perdón y los deseos retenidos o desfigurados… Pero, principalmente, se centraría en los secretos del corazón, en los deseos y los propósitos de signo inconfesable, de aquellos hechos particularísimos relacionados con los anhelos, las ambiciones y las promesas no cumplidas dentro de la relación, de los engaños y de las posibles quejas no manifestadas pero ocurridas en la vida matrimonial, o sea todo aquello que fue guardado bajo siete llaves y que nunca salió a relucir porque no se atrevieron a dilucidarlo ni consideraron la necesidad de aclararlos entre ellos.

Y al meditar sobre el tema, me dio por anotar los detalles más sobresalientes que llegaban a mi mente, los hechos, las situaciones que se dieron a lo largo de nuestra vida juntos, la de Angelines y la mía, esas situaciones que no fueron aclaradas convenientemente. Incluso, elaboré mi propio cuestionario de preguntas: ¿Hasta dónde eres capaz de amar? le preguntaría. ¿Qué es, qué significa para ti el amor? ¿Hasta qué grado permaneces fundida en mí? ¿Después de tu muerte, sigues amándome o es solo una ilusión, una reminiscencia presente en mi corazón? Cuando yo me muera, ¿nos encontraremos y continuaremos amándonos? ¿Y de qué forma nos amaremos? Pero lo que más me preocupa como ser humano es si nuestros corazones, los de ambos, son capaces de abrirse recíprocamente ante nosotros mismos de forma total y sin reserva alguna, y si tienen la suficiente entereza para llegar a confesarse los detalles más vergonzosos, tratando en todo momento de no disfrazarlos ni buscar una justificación. Y, desde luego, no disimularlos nunca ni ponerse trampas. Hemos de atenernos a la más absoluta verdad en la medida que nosotros somos capaces de verla, y eliminar el temor a que tú o yo, al conocerlos, tengamos el deseo de ejercer el papel de jueces.

Luego, según escribía esta nota, me preguntaba: ¿es posible que dos personas, mujer y marido, lleguen a conocerse tan profundamente, a amarse, tal y como intento expresar en este escrito, de tal manera que se produzca entre ellos un punto de fusión inquebrantable, sin fisuras ni ninguna posibilidad de que lo construido vaya desapareciendo por el olvido o la tibieza de sentimientos…? Y resultó un tema tan tentador que me causó el deseo de comenzarlo de inmediato, hasta el punto de llevarme a posponer la otra novela que estoy escribiendo con el fin de dedicarme exclusivamente a esta. Pienso que iniciarla me hará volver a Angelines, y traerla de nuevo a la vida, y a que ella vuelva a ser el tema más presente en mí…