domingo, 25 de abril de 2010


Cierro los ojos y…


Cierro los ojos, apoyo mi mentón sobre mis manos y anclo mis codos en la mesa. Luego, evoco el pasado o, mejor dicho, buceo en las profundidades de mi cerebro para traer a mi memoria aquellos duros días de la niñez, buscando historias recónditas, escenas perdidas en el tiempo, la mayoría preñada de incertidumbres y melancolías, de soledades y extrañamientos, si se quiere, incluso de llantos y desalientos, pero también cargadas de sueños y fantasías y, sobre todo, de esperanza. Después me doy en pensar en aquellos seres que se acercaron a mí a lo largo de mi vida, que la influyeron de alguna manera, y participaron en mi formación y en mi condición como persona. Seres con los que coincidí en un momento determinado, que nos interesamos en asuntos comunes, o lloramos y reímos juntos, mientras se construía o deformaba nuestra personalidad. Todos aquellos que, luego, con el paso del tiempo, se convirtieron en borrosas sombras. Ahora me resulta inverosímil entender la idea de que un día ellos desaparecieran de mi lado, desplazándose a otros lugares, a otras encrucijadas, a reír o llorar en otros rincones, con diferentes personas; o que yo mismo me alejara de ellos, volando hacia distantes parajes, y olvidara a tantos amigos, a tanta gente que, un día, formó parte de mí, dando paso a que otros nuevos ocuparan su lugar en mis afectos.

Y me conmuevo ante la desaparición física de aquellos allegados entrañables que ya ofrendaron su vida y se ausentaron de mi lado de una forma tan grosera e inverosímil como sólo es capaz de actuar la muerte, y que todo ocurriera como si alguien dispusiese de ellos para otros fines, y me duele aceptar que me haya acostumbrado a vivir sin ellos, sin su compañía, sin sus palabras de aliento, sin sus alabanzas, sin sus censuras. Supongo que es legítimo, pero inverosímil que lograra sobrevivirles, y pudiera prescindir de su calor y de su apoyo… ¿Cuántas veces tenemos que maldecirnos por haberles negado o postergado, egoístamente, nuestro testimonio de solidaridad y de amor, o por no habernos entregado abiertamente a ellos, sin recelos, aprensiones ni egoísmos ocultos?

Cuando se es niño —y es esa una de las grandes ventajas de serlo—, cuando se vive esa etapa de la vida que es una fiesta constante, no se acaba de creer que la muerte ocurre de verdad, o que el ser querido que fallece se va definitivamente de nuestro lado. Se tiene fe en la existencia del más allá, en que la vida continúa en otro lugar, y se cree ciegamente que, tras de ella, los seres amados nos están esperando hasta el día que seamos llamados nosotros.

Lo verdaderamente doloroso viene después, con los años, a medida que perdemos la inocencia, y va naciendo y acrecentándose el sentimiento trágico de la existencia, cuando llega la náusea, al decir de Sartre, y nuestro pensamiento se endurece… Pero, a pesar de tantas peripecias y tantas ingratitudes, de tantos desasosiegos, son infinitos los itinerarios que nos propone la vida y, sobre todo, subyugantes. Cada cual tenemos frente a nosotros un variado y más o menos complicado número de rutas para determinar nuestro camino. Generalmente, partiendo desde nuestro egocentrismo, nos apoyamos en la proposición que se nos hace más asequible, aquella que nos resulta más útil para conquistar aquello que entendemos por felicidad, esa felicidad buscada incesantemente… El hecho triste de tan afanosa búsqueda, es que se ciegue, a veces, nuestro intelecto, y se atolondre y se insensibilice nuestra conciencia.

Me parece que lo más afín para la vida es vivir consciente de estar en ella, mantener la capacidad de asombro ante sus prodigios, tener la suficiente sensibilidad para captar la belleza del pétalo de una rosa, y deleitarnos al percibir su perfume… Y amar sin reservas, sin recelos, con toda la potencia que seamos capaces. Porque lo demás, el hecho de poseer un corazón que late, unos ojos que ven, unas manos que tocan y un sentimiento que invita a sentir el amor, es un ejercicio tan prodigioso, que ya de por sí sirve para justificar la vida y alegrarse de estar en ella…

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