El sexo y la formación de lo humano (2)
No, no. No vayas a pensar que acepto el adulterio como algo normal… Lo digo porque, quizás, la forma como me expresaba en mi anterior blog te podría llevar a deducirlo. Lo que me pasó en aquel escrito es que, al tratar el asunto de Tiger Woods, no pude evitar ver con cierto humor el lado grotesco y ridículo de la vida. Y eso me hizo tomarlo a broma. Aunque fuera una broma mezclada con una pizca de ironía. También pudiera ocurrir que cuando le di ese tono de disculpa a mi comentario, era porque tengo una tendencia a entender a quienes lo cometen… Pero, te diré: aunque no encuentro una explicación, sí le otorgo cierta dosis de piedad. Claro, puede que esté buscando una disculpa para mí mismo, una comprensión hacia esa actitud poco honesta y tan común en los hombres (y, en menor proporción, en las mujeres), pero no pude evitar sentir cierta gracia al ver al golfista con esa expresión de niño cogido en falta y exagerando su arrepentimiento de tal manera que hasta me llevó a preguntarme si se trataba de un arrepentimiento verdadero o solo era fingido. Mira, si se tratara de un desliz —o de dos a lo sumo—, podría ser disculpable… (al menos a mí sí me disculparon). Pero, en este caso han aparecido —hasta ahora— ocho o nueve amantes. Y todavía pueden quedar algunas más escondidas bajo la cama… No, definitivamente no se trata de una pequeña falta atribuible a un irreprimible impulso o a una oscura «adicción» al sexo, porque aquí se trata de un asunto multitudinario y muy variado…
Dentro de la gravedad de este caso y otros ocurridos por ahí, me produce cierta risa esa vulnerabilidad de nosotros los hombres. Y es que somos así de cretinos: tan pronto como una mujer nos mira y pestañea dos veces, ya creemos que nos está enviando un mensaje… ¿Se tratará de un don o un defecto que nos ha dado la Naturaleza? ¿Por qué razón no tenemos suficiente con conquistar a una mujer, casarnos con ella y vivir abrazados toda la vida, sin buscar nuevas emociones lúdicas ni amorosas? Creo que este puede ser un grave defecto de la constitución humana, un error de la Naturaleza. Probablemente a ella le tiene sin cuidado nuestra fidelidad. Y es que, claro, como el primer amor es tan bonito, tan lleno de pasión, tan envolvente, tan poético, tan exclusivo y delicioso… no es extraño que se busque la repetición.
Por ejemplo, en mi caso: ¿Qué vi yo en aquella mujer? ¿Qué sentí cuando estuve a punto de abandonarlo todo —esposa, hijos, empresa, círculo de amigos— por ir tras ella? ¿De qué manera me embrujó para que una persona —como me clasifico yo mismo—, ajeno a la clásica actitud de Casanova, y que, además, me había comprometido conmigo mismo a ser una persona cabal y honesta, que había construido mi matrimonio empeñado en un idealismo firme, tierno y apasionado; que mantenía unos conceptos muy claros respecto a lo que debe ser la institución familiar —y la conyugal específicamente—; que había desplegado todos mis encantos y mi elocuencia para que mi mujer me siguiera en mi afán aventurero y abandonara su mundo seguro y convencional, para trasladarse al mío, mucho más vivo, sí, y más sentido, también, y más percibido y profundo que el de ella, pero mucho más inseguro, menos estructurado, más bohemio, más azaroso a veces… Que, de igual manera, me había empeñado en convertir a todos aquellos descendientes que fueron llegando, es decir a mis hijos, en un reflejo de mí, en un grupo que caminaría por la vida siempre apoyado por mí y de acuerdo a mi «imagen y semejanza», y que, además de sentir un amor inmenso por ellos, amaba intensamente a mi mujer y tenía una magnífica y encantadora relación con ella y que, además, precisamente en aquellos mismos días fue cuando todo comenzó a marcharnos bien desde el punto de vista económico y social? ¡Ah! y que yo, además, me había comprometido conmigo mismo a no caer en las mismas torpezas que cayó mi padre ni involucrarme en los mismos vicios… ¿Qué fue lo que me dio esta chica? ¿Qué fue lo que yo vi en ella para olvidarme de todos mis propósitos si, además, la doblaba en años…? No puedo responder porque carezco de ideas claras. Posiblemente un psicólogo diría que fue la crisis de los 40 —yo entonces tenía 38 años— la que lo produjo, o ese influjo del «volver a empezar», que ronda con cierta constancia por mi cabeza. ¡Qué se yo! A pesar de que ella —todo hay que decirlo— no era una mujer cualquiera, debo reconocerlo. Tenía 18 años y era inteligente y profunda, muy sensitiva hacia la vida y sus manifestaciones… Y con un inmenso tacto hacia las personas, además de ostentosamente bonita y atrayente.
Pero nada de eso me disculpa. Mi arrepentimiento por aquella acción es inmenso y permanente a pesar de que fui perdonado y de las influencias positivas que trajo a nuestra vida.
Ni tan siquiera lo hace más leve el hecho de que, según algunos psicólogos y científicos, «poner cuernos» obedece a razones biológicas. Parece que está demostrado científicamente en pruebas realizadas con animales. Pero eso tampoco lo justifica: después de tantos siglos de civilización y cultura, el ser humano es cada día más humano, y es una entidad más espiritual, más alejada de los instintos, más racional, y está en la obligación de reglamentar su vida conforme a ciertos convencimientos morales.
Pero hay quien asegura que todo está escrito… Yo no creo en ello, pero sí que lo que tiene que ocurrir ocurre porque eso es lo que hace que la vida circule. De lo contrario sería todo tan aburrido…
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