El mundo es como es
Yo, desde luego, no soy de esos que se llevan las manos a la cabeza, y dicen «¿Hacia dónde camina el mundo? ¡A este paso, sólo catástrofes nos esperan!» Y es que no se puede vivir así, todo el día lamentándose, sopesando lo que está pasando hoy y lo que pasará mañana… Las lamentaciones son inútiles además de destructivas. El mundo sigue su camino de una forma imperturbable, por más que les pese a los que juegan a revolucionarios sociales, o a aquellos que crean convulsiones o los que «pretenden arreglarlo» todo. Como decía el caricaturista Abel Quezada a propósito de los libertadores que llegan con ínfulas de libertarnos del libertador anterior quien después se convirtió en tirano: «¿Y quién me libertará a mí de los libertadores?»… Tenemos que metérnoslo en la cabeza: la vida funciona mediante una escala de influencias —negativas y positivas, desde luego— que se arrastran desde el principio de la vida y nos hacen en el presente tal como somos y que funciona de acuerdo a nuestra esencia, a nuestras ambiciones, a nuestras necesidades. Y es una respuesta a nuestras emociones. Nadie puede impedir que ese sea el verdadero motor que promueve nuestros actos.
A ver, ¿quién es capaz de asegurar que se están haciendo las cosas mal y que se podrían hacer mejor? ¿Mejor que qué? Yo creo que el mundo, cuantas veces comience, siempre se desenvolvería igual, con los mismos métodos. Además, ¿quién daría el primer paso y con qué derechos y atribuciones? ¿Quién se consideraría con la capacidad suficiente para determinar cómo debe funcionar la vida?
Porque no me va usted a negar que detrás de los dictadores solo existe un fin: ser ellos quienes manden, quienes gobiernen. Son los que tienen el poder por la fuerza para decir lo que hay que hacer, sin que les importe mucho si los ciudadanos gobernados se sientan complacidos o desdichados por su gestión. Respecto a los reformistas y los revolucionarios, ¿quién podía predecir que la URSS se vendría abajo después de casi cien años de revolución bolchevique y del ajusticiamiento de millares de personas? ¿Quién podría calcular que después de Franco los españoles caminarían hacia una democracia casi de forma instintiva, sin una revolución? ¿Alguien pudo prever que Hitler o Mussolini acabarían el primero suicidándose y el segundo colgado por los pies mientras el pueblo le escupía? ¿Qué ocurrió con el tristemente y sanguinario «Sendero Luminoso» peruano y cuáles fueron sus logros además de dejar su camino sembrado de cadáveres? ¿Y qué se hizo de los generales argentinos que pretendían «lavar» las lacras de su país arrojando rebeldes al mar por la borda? ¿Alguien será tan ingenuo para pensar que los Castro —en este caso, sus sucesores— se perpetuarán por los siglos de los siglos y que su revolución se convertirá en un modelo para el mundo? Y qué decir de su acólito Chávez y su loca, infantil e inútil «revolución bolivariana». ¿Quién es este individuo para emular las hazañas del Libertador? ¿Usted cree que existe algún mortal suficientemente superior como para que sea designado por la Naturaleza para reconstruir el mundo? ¿Y habrá un ciudadano que posea el derecho de matar a los que no piensen como él para poner las cosas en orden? ¿Alguno de estos crueles fantoches y sus descendientes se han perpetuado en el poder a pesar de sacrificar a millones de gentes por el hecho de no pensar como ellos?
La gente, el mundo —eso está bien claro— lo que quiere es vivir cada vez con más desahogo, alimentarse, tener salud, obrar con libertad, divertirse, disfrutar de la vida, y vivir en una casa lo más decente posible, trabajar y rodearse de familiares y amigos en quien confiar, y sus estímulos los obtiene dentro de sí mismos, nacidos de sus propios deseos, y eso solo puede lograrse cuando el ciudadano tiene voz y voto, elige a sus dirigentes, y si no funcionan, los sustituye por otros, y esto se lleva a efecto cuando existen unos derechos humanos que protegen su vida… A pesar de que nuestro sistema no es perfecto, siempre existe la posibilidad de perfeccionarlo. Y no porque venga un Fidel Castro con un lóbulo frontal deteriorado, apoyado en las armas, o un Chávez con un delirio patológico de grandeza cuyo afianzamiento (que más tarde o más temprano acabará por apoyarlo en las pistolas) ocurre a base de unas reacciones anormales indignas, y debido a una anormal aplicación de sus ambiciones lúdicas, quieran imponerse a sus ciudadanos tratándolos como si fuesen individuos de segunda clase, cuando mentalmente son más sanos y dignos que esos mismos dirigentes.
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