martes, 2 de septiembre de 2014

Hablando de espíritus…
Pues sí, no me sorprendería que la Tierra, el Universo, todo, fuese gobernado, dirigido, manejado por alguna deidad. De acuerdo con las apariencias, sería lógico. Al menos todo parece indicar que por encima de nuestras cabezas existiera un súper poder que nos exige y nos cuida, nos provee de alimentos materiales y espirituales. Incluso, da la impresión de que fuese ese ser indescriptible quien difunde y mantiene unas leyes que, según parece, están hechas para darnos la vida, para que nos sintamos protegidos o, en algunos casos, amenazados. Hasta hay ocasiones que parece como si el Universo hubiese sido creado exclusivamente para nosotros, para nuestro placer y para nuestra contemplación, para nuestro gozo, para hacernos felices y amenizarnos la vida. Si observamos bien, veremos que existen unos principios vivificantes, protectores de los cuales carece la inmensa mayoría de los otros cuerpos que pueblan el Cosmos. Se podría asegurar que se trata de funciones que no le son propias a otros cuerpos si exceptuamos la Tierra. Fíjense que, apenas salimos unos kilómetros de nuestro planeta, hacia el espacio exterior, tan pronto como nos alejamos de nuestra estratosfera o de nuestra zona «de seguridad», nos encontramos metidos en una inmensa, nociva, inhabitable e inhóspita aunque bella y teatral representación, donde la vida según la concebimos en la Tierra, es inexistente, imposible de llevar a cabo. Solo hay que situar nuestros conocimientos en los planetas más cercanos, y en sus satélites. Inclusive, tomar como ejemplo el Sol, que nos da la vida, pero con sus radiaciones nos podría exterminar si no fuera porque existe un escudo que nos da protección. En fin, en el Cosmos todo es inhóspito, desolador, desapacible, pero, volviendo nuestra mirada a esta esfera llamada Tierra donde vivimos, es donde existe un conjunto de funciones benefactoras que nos permiten la vida, nos proporcionan oxígeno para respirar, mientras nos envuelve una atmósfera apropiada para vivir. Y no solo es el plan atmosférico, también es la gravedad, la existencia de agua, la producción de alimentos animales y vegetales, que contienen los nutrientes necesarios, con sus vitaminas, proteínas, y carbohidratos estimulantes de la vida y de una serie de principios morales necesarios para sentirnos, para vivirnos, y unos principios espirituales como el amor, la caridad, el afecto, la sonrisa, las lágrimas, la pasión, la admiración, y el encanto… ¿No son todos estos nutrientes, biológicos y morales, físicos y espirituales, necesarios para que nos conservemos y, en muchos aspectos, para aliviar nuestras penas? Y es curioso que sea yo, un descreído empecinado, quien describa tal cosa. Cuando me meto en este terreno teológico —que ocurre a cada rato—, veo que desde el punto de vista físico y espiritual estamos atendidos por quien nos ha puesto delante los elementos para que crezcamos física y espiritualmente. El problema es que mi mente, cuando piensa en el tema de un Dios puro, como el que describe la Biblia, inmediatamente se me reproduce la pregunta de cuál puede ser nuestra utilidad, cuál la necesidad que pudiera tener el Creador de nosotros. Y no te quiero decir la reacción que se opera en mi mente cuando escucho decir que, después de la muerte, nos convertiremos en espíritu… Porque de forma inmediata me pregunto: ¿para qué puede servir un ente que solo está formado por gas, o por aire, o por una sustancia transparente inconcreta; que no tiene forma, que es inorgánico y carece de biología, que no trabaja, que no necesita meterse en un cine para solazarse con una película de terror, que no tiene que invitar a su novia a bailar y no come perros calientes, ni pollo con habichuelas, que no va al fútbol y no se desespera porque su equipo pierde, que no siente la felicidad de entrar en una tienda a comprarse un vestido, que no aprecia los colores porque los rayos ultravioletas no operan sobare él? ¡Dios nos coja confesados!, como decía mi abuela. 

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