A vueltas con Mada
Hoy, mientras ojeaba un libro bajado de Internet (¿Cómo percibimos la realidad?, de la autora mexicana Miriam Leticia Ruvalcaba), vi que se citaba a Mada Carreño, la segunda esposa de mi padre y mi, digamos, «segunda mamá». La cita consistía en unas palabras de esta autora extraídas de su libro Los diablos sueltos, donde se dice: «Las palabras tienen fuerza mágica, pero todo es relativo. Si no se apoyan en un mínimo de verdad acaban por perder su virtud». Pero no fueron estas palabras en sí lo que llamó mi atención, porque de Mada conozco muchas expresiones y hasta tengo en mi poder un libro suyo con sus frases más profundas, sino que fue la propia figura de ella la que vino a mi mente: fue cuando me puse a pensar de nuevo en el significado tan hondo que esta mujer tuvo en mi vida, y el que pudo haber tenido si yo hubiera decidido seguir escuchándola, pidiéndole consejo, exponiéndole mis planes; pero decidí interrumpir nuestras conversaciones porque para mí acabaron significando demasiado: llegó un momento que no podía moverme ni hacer nada importante sin consultarlo con ella. Fue como un vicio. Mada forma parte de esos personajes significativos que se cruzan en la vida de uno, e influyen poderosamente en tu historia, y moldean tu personalidad y te incitan a tener un concepto diferente de la vida. Y si son escritores, te conviertes en un personaje de ellos, de sus historias, de sus dichos, de sus anécdotas. Son esos seres que aparecen y desaparecen de tu vida como por ensalmo, pero que siempre te dejan huella. Mada, como hace unos pocos días aseguraba, fue una de las tres mujeres que mayor importancia tuvo en mi vida: Angeline, mi mujer, por encima de todo y como una referencia muy superior a las demás; Astrid, que me hizo pensar en aquello tan poético de que «la vida empieza ahora», y Mada, quien pudo ser la que mayor trascendencia dejó en mis conceptos filosóficos, en mis inquietudes, en mis interpretaciones sacramentales, en mis vivencias.
Cuando Angeline y yo llegamos a México, ella nos recibió, nos esperó en el puerto de Veracruz. Hicimos el viaje hasta la ciudad de México en el auto de ella y nos trasladó directamente al apartamento amueblado que había alquilado para nosotros en la calle Xochicalco, de la colonia Narvarte. Después, con mucha suavidad, con su voz cantarina, sensata, y algo autoritaria, con la inteligencia propia de un ser excepcional, tomó las riendas de mí… En principio lo hizo como una responsabilidad histórica (se sentía responsable por haberme privado de mi padre), pero después derivó hacia el tema de un autor y su personaje. Cinco años después Angeline y yo nos trasladamos a Venezuela y estuvimos una larga temporada sin vernos. Yo me «fugaba» a este país respaldado por un buen contrato, pero la razón principal de mi escapada, era que no quería estar dependiendo moralmente de Mada. Como joven que era, quería ser el responsable de mi destino, decidirlo yo… Y puede que me equivocara, porque unir otro cerebro al mío (y más si se trataba de un cerebro como el de Mada) podría haber dado grandes resultados…
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