domingo, 21 de septiembre de 2014

En tu aniversario
De todos modos, mi encuentro con Angeline y la presencia de ella en mi vida, fue algo así como la gran retribución que me proporcionó el Destino. Significó para mí un gran premio, una concesión excepcional: me sirvió para asentarme, para tener una nueva interpretación de la vida y renovar mis sentimientos, para sentirme amado por encima de todo, y para saber lo que es el amor: eso sobre todo. Y afirmo tal cosa sin un ápice de romanticismo ni literatura «rosa». ¿Qué puedo decir de una mujer que se unió a mí, que lo dejó todo (una vida próspera y convencional, sin problemas filosóficos ni complicaciones metafísicas)  para seguirme, para vivir su vida con un hombre como yo, un tanto inestable, muy quimérico y bastante aventurero? Y que se dedicó a cuidarme, a enseñarme otros caminos, a deleitarme, a acompañarme siempre, a darme su perdón, y trazar su vida a mi lado con esmero, sin echarme nunca nada en cara, con sensata pasión, con un amor superlativo, exclusivo, por encima de todo, que no admitía discusiones ni objeciones externas. Su presencia a mi lado, ¿hasta qué grado compuso mi vida, la formalizó, la dio cuerpo, la realizó, la declaró competente desde el punto de vista moral? Me acostumbré a Angeline de tal manera que ahora, cuando ella me falta, no sé vivir sin ella y la añoro constantemente. Es ella misma, su espíritu sobre mí, quien me impone un esfuerzo para vivir y su presencia en mi corazón o en mi alma o en mí es lo que me sostiene. Yo nunca supuse la trascendencia que podría tener en mi vida, el significado que representaría para mí. Las fotografías que poseo de ella son mi mayor tesoro, y aunque no las separo de mí y las tengo siempre enfrente, las miro a todas horas y, además de embelesarme, todos los días me parecen nuevas. La veo sonreír, con esa sonrisa tan bella que era una de sus características. Me mira con esa mirada suya que aprobaba y nunca me pedía explicaciones, que me daba calma, me bajaba a la tierra o me elevaba a la Luna, según, y que me invitaba sin palabras a aceptar la vida como era. ¡Qué misterio hay en todo esto! ¡Qué misterio tan grande encierra nuestra relación! Primero está el asunto de aquella fotografía de ella que estuvo en mi poder un año antes de conocerla y que cayó en mis manos sin una razón lógica, ni supe que la tenía hasta después de conocerla. Segundo, que yo era de los que decía que de novia nada, que eso ocurriría después de que cumpliera cuarenta años; que no quería complicarme la vida ni echarme encima responsabilidades. Tercero, que ella, siendo bonita y con agradable personalidad, no era mi mujer ideal, mi tipo, mi mujer soñada (tal vez, siendo yo como era, mi tipo de mujer era una más frívola, menos de familia, más alocada, más de cine). Incluso, yo no me creía capaz de albergar un sentimiento como el que ella me produce, incluso o sobre todo ahora, después de muerta. Ahora, cuando no sé qué creer, ella está conmigo permanentemente. La he resucitado para mí, para vivir por ella, y para que ella siga viviendo en mí. (Aproveché que era el cumpleaños de Angeline para dedicarla este blog.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario