jueves, 28 de agosto de 2014

Nuestro destino
Cuando pienso que ha de llegar un día que desaparecerá la vida en la Tierra, no puedo evitar un estremecimiento de ansiedad. Y no lo digo por agarrarme a un fatalismo furibundo y temeroso, porque varios científicos de gran calado lo están afirmando a diario. Es más: de hecho, ya ha comenzado una declinación terrestre que la podemos ver frente a nosotros: la disminución de la capa de ozono; el recalentamiento de la corteza; la desertización del suelo, la mala distribución de lluvias (mientras en unas zonas se producen inundaciones, en otras la sequía es aterradora). Y, además, está el deshielo de los polos y el cambio de clima, algo que cada año es más pronunciado…
La idea de que llegue un día que la Tierra se convierta en un pedrusco inerte, sin mares, sin ríos, sin plantas, es decir, una réplica de la Luna, me produce un gran desconcierto por su amplio y negativo significado. Y me da qué pensar: ¿será posible que no tengamos un destino, una aplicación, un motivación de vida, una necesidad biológica, física o moral? Lo que me lleva a preguntarme si será que el experimento con nosotros, los terrestres, ha concluido para reanudarlo en otro planeta, en otro tiempo, en un lugar donde se pueda intentar que el ser humano sea capaz de encarrilar sus actos hacia los requerimientos universales, pero sin egoísmo ni avaricia?  De todos modos, destruir, eliminar la vida, convertirnos en nada es un desprecio al supuesto de que contamos con un alma, y una falta de respeto a nuestro pensamiento, a nuestros calculados dones espirituales, a nuestra estructura biológica. Daría a entender que estamos aquí para nada, que no tenemos ningún valor, que la idea de un Dios misericordioso, creador, omnipotente, es un mito, porque si todo es pasajero, provisional, si todo acaba desapareciendo, se viene abajo el sentido de evolución perpetua… Pero, entonces, ¿para qué tanta vida escondida y útil? ¿Qué puede haber detrás de esto? Yo creo que todavía existen propiedades en el universo que no se nos han mostrado, detalles morales o físicos que servirían para mejorar nuestra vida. ¿Seremos solamente un campo de pruebas, una producción virtual? Porque hay que contar con la existencia-inexistencia del principio holográfico, la mecánica cuántica, la realidad virtual, la ley de los agujeros negros, o la cibercultura, la aceleración de partículas, que son principios, génesis o fundamentos (no sé cómo llamarlos, porque también podrían denominarse irrealidades) que hoy condicionan nuestra vida, la moldean, la seleccionan y la dirigen, y si su utilidad no se explica, en su desaparición tampoco hay una razón de ser. Porque toda la nomenclatura de la vida produce la impresión de que existe con el fin de conducir a la humanidad a alguna parte, a un final de ciencia-ficción, cada vez más perfecto. Y si no miremos hacia la evolución, no solo de las especies, sino también de los conceptos, de las ideas y de la cultura… Para mí que soy un tanto descreído, lo que más evidenciaría la presencia de un Dios sería la complicada, inexplicable desde el punto de vista filosófico, biología de los seres, los animales y las plantas; los sentimientos de los cuales hemos sido dotados los humanos; la capacidad de procreación; el deseo de saber, el de amar y crearnos un proceder; los lazos intuitivos y morales que nos atan a nuestro hijos, a nuestra pareja y a los amigos, la conciencia encargada de frenar nuestra maldad y de dictarnos un comportamiento. Así como el sentido de la belleza. 
De lo contrario, todo resultaría un fin de fiesta colmado de futilidad.

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