lunes, 29 de septiembre de 2014
A vueltas con Mada 2
Pero Mada no significó para mí solamente el papel de «directora laboral» o de «encargada de la oficina de empleo», dado que ella fue la que me convirtió en periodista, traspasándome su experiencia y con sus sabios consejos, con su dirección intelectual, con la corrección de mis originales y su colocación en diferentes periódicos mexicanos. Una vez en México, Mada me propuso que, mientras me hacía un nombre como escritor, entrara a trabajar en una editorial aunque solo fuese por medio tiempo con el fin de generar algunos ingresos inmediatos, cosa que hice y que, a la larga, se convirtió en mi profesión para el resto de mi vida, tanto por cuenta propia (cuando creé una empresa) o por cuenta ajena (cuando fracasé como empresario), relegando el trabajo de periodista a una una actividad temporal o a una especie de pasatiempo… Ella fue también la que eliminó o intentó eliminar de mi corazón la mala conciencia que había almacenado contra mi padre, pintándolo como un ser sensible, cariñoso, y buen «amante de sus hijos» (claro, esta afirmación habría que comprobarla en otro terreno…) y contándome algunos detalles suyos que solo me producían lástima dado que veo a mi padre como un ser pasado de moda, débil de carácter y fracasado como escritor por culpa de sus numerosos complejos. Mada fue la que me ayudó a despojarme de mi sensación de hijo abandonado y a estar consciente de mi propia valía (a veces me decía con su voz muy femenina al mismo tiempo que profunda: «¡Tú eres más buen mozo que tu padre, y escribes mejor que él y no has pasado por sus mismas tragedias!»). Ella, cuando se fue al exilio acompañada de mi progenitor, tenía 20 años (y yo 6) y con eso y los trastornos propios de la guerra justificaba su falta de sensibilidad hacia los problemas familiares que, aunque fuera indirectamente, estaba creando. Trabajaba como periodista en el periódico La verdad (el mismo órgano donde mi padre era jefe de redacción), estaba aprendiendo ballet y comenzaba a tener cierto éxito como poeta (de ahí su admiración por mi padre que entonces estaba en su mayor apogeo). Durante nuestros numerosos encuentros en los primeros cinco años que vivimos en México, en muchas ocasiones me pidió disculpas por «haber raptado» a mi progenitor. Y consideraba que ayudarme a mí era una especie de compromiso moral ineludible. Llegó un momento que Angelines comenzó a tener celos de esa dependencia mía de otra mujer por muy madre putativa que fuera…
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