sábado, 1 de marzo de 2014


La tradición oculta del alma
de Patrick Harpur
¿Estoy embrollando o complicando cada vez más mi obsesiva intención de comprender la esencia de la vida? Hay veces que inicio la lectura de un libro con avidez y ansiedad ante la idea de que me pueda aclarar algo; pero luego viene la frustración, el desánimo, la desilusión de que existe un límite, una ordenanza universal que proclama «de aquí no pasas»… Se ve claramente que la inteligencia humana, la sensibilidad tiene sus fronteras y aunque investiguemos o establezcamos fórmulas mágicas o hagamos reflexiones desprovistas de prejuicios y creencias falsas, nunca llegaremos a poseer el conocimiento necesario. Hasta me atrevería a opinar que por más que se construyan aceleradores de partículas, o estemos atentos a los hallazgos científicos o a las exposiciones de los filósofos, nunca descubriremos la verdad. La Naturaleza nos ha construido así, imposibilitados de acceder al verdadero conocimiento.
A propósito de ello, acabo de leer un libro titulado La tradición oculta del alma, de Patrick Harpur. Ya había oído hablar elogiosamente de él pero al verlo en la librería y ojearlo me llamó la atención. La tradición oculta del alma fija como pauta conocimientos con un criterio ecléctico; incluso se remite a las ideas del pasado, a los mitos, a aquellas creencias de ayer que imperaban como ciertas y hoy nos producen una sonrisa de suficiencia, de seres «civilizados» y sabelotodo. En realidad, es extraño que una rata de librería como soy yo no conociera un título como éste, que abre un sin fin de ideas y se amolda perfectamente a mi pensamiento. Representa otra cara de la moneda, la que produce burlas en los «entendidos» por considerarlas propias del desconocimiento y la superstición. 
Yo que, en el fondo, no estoy seguro de nada, y vivo haciéndome preguntas acerca de la Creación y de la composición del mundo, de su razón y finalidad, creo que ninguna idea es despreciable y que en un mundo tan complicado como este, un mundo tan armonioso, tan poético, donde las flores crecen junto a los abrojos, nadie puede erigirse en conocedor de la verdad.

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