Consignas para vivir
Yo, ahora, en mi edad avanzada, suelo leer mucho. Con ello doy rienda suelta a una de mis actividades predilectas —las otras son escribir y escuchar música. Pero lo de leer es una costumbre que cada día siento más arraigada. Claro, escojo los títulos con sumo cuidado porque en mi alma se encierra un prurito que me prohibe dejar un libro a medias cuando no me agrada, no lo entiendo o me parece poco profundo; abandonar un libro sin terminarlo de leer sería una especie de sacrilegio, una falta de respeto hacia un autor que desea ser escuchado o que se permita exponer ante el público su pensamiento, sus puntos de vista o sus poesías.
El amor a la lectura lo he tenido de siempre, pero ahora es como una especie de locura, un afán; significa la intensa búsqueda de la clave sobre el vivir, y siempre estoy a la búsqueda de aquel título que me pueda proporcionar una pista, o aquel otro que más caminos me muestre o, incluso, el que más me aleja en un momento dado de la realidad. Y no quiero decir con esto que mi realidad sea aborrecible, porque no lo es: solo se debe a que me encanta descubrir vidas ajenas, afanes distintos, conciencias diferentes, modos diversos, mundos posibles, otras fórmulas de interpretación. A veces pienso que la diversidad es la clave para el funcionamiento del mundo: imagine si todos fuésemos iguales y realizáramos las mismas cosas, o tuviéramos la misma cultura y las mismas creencias o tuviéramos los mismos sueños: ¡sería espantoso! El mundo se mueve apoyado en su diferenciación. Añoramos lo bueno gracias a que existe lo malo; sabemos lo que es bonito cuando contemplamos lo feo. Si todo fuese bonito y bueno no tendríamos conciencia de estas bondades.
Ayer leía un artículo que me conmovía titulado «Espiriteria» (una contracción entre espíritu y materia), escrito por Francisco J. Rubia Vila, Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, y ex-catedrático de la Universidad Ludwig Maximillian, de Munich, así como Consejero Científico de dicha Universidad. En él se manifestaba que «neuroespiritualidad quiere expresar el hecho de que el cerebro es capaz de producir experiencias espirituales, religiosas, numinosas, divinas, místicas o de alta trascendencia». Es decir, que existe una especie de biología de la espiritualidad, de los sueños y de la fantasía, y que ésta se elabora allá en nuestro sistema límbico, situado en la profundidad del lóbulo temporal y relacionado con la glándula que produce o recorta la sustancia conocida como serotonina. Esto me lleva a la conclusión de que nuestra vida, en muchos aspectos, está regulada por nuestra composición biológica que, a su vez, depende en parte de nuestro conocimiento y nuestra capacidad de sentir emociones. Y este conocimiento se adquiere mediante la actividad de leer.
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