martes, 29 de julio de 2014

Un día melancólico… 
Aunque hay tranquilidad en el ambiente, lo reconozco. Más gente que de costumbre en la playa, pero el mar está como perezoso, indeciso, sin deseos de pronunciarse. De repente empieza a llover y la gente recoge sus bártulos y huye. ¡El día de playa se fastidió! Yo, que me negaba a convertirme en un «viejo retraído y silencioso», ahora entiendo que existan gente mayor que solo observan los acontecimientos pero no se pronuncian. Es como si se dijera: «¡Pero qué mundo será este donde estoy!» Y es que a mi edad uno se anonada viendo los movimientos de la gente, sus prisas, su agitación: corren de un lado para otro cargados con sus neveras, con sus sillas plegables y sus toallas. Y uno ya no participa de eso ni siente el pacer de antes. Y es que la vida te da incentivos mientras eres necesario (o sea, mientras puedes procrear, mientras puedes colaborar en la evolución y el progreso, mientras puedes sostener a una familia, mientras seas un colaborador —aunque ínfimo— de la evolución). Es cuando ves que la vida es bonita, que se puede vivir y disfrutar, y tener algunos derechos y hasta ser admirado y resultar gracioso… Lo malo es cuando la fiesta se termina y empiezas a hacer consideraciones acerca de su utilidad, de en qué consistirá la vida y qué sería lo que se esperaba de ti. Y es muy fácil recomendarte a ti mismo que pienses en otra cosa si este pensamiento te perturba; es tan difícil hacerlo… Cuando se llega a viejo, se tiene un monólogo continuo con uno mismo donde el anfitrión, el que origina los pensamientos, es decir, tú, siempre sale mal parado.
Nietzsche dijo alguna vez que «la vida era un juego de fuerzas sin metas ni sentido», y que «es necesario olvidar la vida pasada para poder seguir adelante»; mientras Kleist aseguraba que «es conveniente hacer un esfuerzo para lograr una dulce autonomía frente a un mundo hostil, gobernado por absurdas casualidades». Y ambos, Nietzsche y Kleist, indicaron «la inmediatez que nos perdemos por culpa de la conciencia». Y por lo que respecta a mí, creo que al vivir la vida, desde la niñez hasta poco antes de la vejez (en la etapa de la vejez, ya no puede cambiarse nada), uno vive en el presente, aunque hay aspectos de la educación, o aseveraciones que te llegan de personas mayores que las vamos absorbiendo casi sin advertirlo, así como los acontecimientos que ocurren a lo largo de nuestra vida: se van inculcando en nosotros, en nuestro subconsciente, sin poderlo evitar. Y eso, irremisiblemente, es lo que nos forma: forma nuestra conciencia, nuestra personalidad, y es muy difícil desligarse de esas imposiciones sociales, dejarlo a un lado para abrazar teorías o doctrinas nuevas. Yo acabo de leer una novela, El jilguero, de Donna Tartt, donde Theo, el personaje central, es presentado desde niño, y su vida transcurre en un permanente cambio a partir del momento que muere su madre en un acto terrorista. En ese momento ambos, madre e hijo, estaban visitando un museo de NY. Theo tiene 13 años, y desde entonces el chico pasa de mano en mano, y soporta diferentes acciones morales, diferentes situaciones, diferentes conclusiones. Creo que esta novela quiere esclarecer y enumerar todas las acciones que se nos pueden presentar en la vida. En cierto modo el personaje central se parece a mí: yo he pasado por innumerables situaciones morales y económicas. Y ahora me pregunto: ¿Para qué?

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