lunes, 5 de mayo de 2014

La madre Naturaleza
Es asombroso ver cómo la Naturaleza ha sido creada para nosotros y cómo nos cuida, cómo nos asiste, como nos ayuda a respirar y a vivir, cómo nos proporciona ilusión por la vida y deseos de progresar, cómo nos lo expone todo, tan bello, tan espectacular. Yo, en cuanto a Dios, contemplo un ser inasequible, lejos de mi campo de entendimiento, e infinitamente superior a mí, superioridad que lo sitúa a una mayor distancia (es decir, me lo convierte en un ser lejano e indescriptible) quien, combinando algunos sustancias químicas y partiendo de propiedades biológicas y emocionales, produjo la Naturaleza, la implantó y la difundió, sembró las semillas, le dio formas bellas y convenientes, además de establecer innumerables disposiciones físicas y morales, y se la entregó a ella, permitiendo que, en adelante, fuera la Naturaleza quien se preocupara de nosotros y lo organizara todo a nuestro alrededor: que nos proporcionara oxígeno para respirar; agua para beber y regar las plantas; la indujo para que despertara en nosotros el amor al prójimo, el deseo sexual y, como consecuencia, el afán de reproducirnos; para que nos inculcara los buenos sentimientos, la admiración, el éxtasis, la sensibilidad, la creatividad y la ternura. Además, por mandato directo de ese Dios inaprensible (y deformado por una multiplicidad de creencias), la Naturaleza nos introdujo un corazón para impulsar nuestra sangre a través del cuerpo y aprovechó el emblema espiritual para fomentar la capacidad de respetar y amar a nuestros semejantes; nos sembró también unas neuronas encargadas de crear nuestros pensamientos y administrarlos; unas células que trabajaran para nosotros y nos produjeran ojos para mirar, olfato para oler las emanaciones aromáticas y oídos para oír el canto de las aves, manos, y pies, piernas y brazos con los que valernos en nuestras acciones físicas. También nos regaló el instinto para cuidarnos y sobrevivir, el afán de solidaridad y una sensibilidad para asombrarnos plenamente ante la belleza. 
¿Acabaremos por destruir nuestra fuente de vida?

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