viernes, 23 de mayo de 2014


El ensueño
Ahora, cuando soy viejo, pienso que la vida, el mundo, tiene ciertas imperfecciones, unas más graves que otras. Que está como inconcluso o mal acabado, o no bien perfilado, o sin terminar. Y no deja de ser una lástima cuando se trata de una estructura tan compleja, tan ambiciosa, tan amplia de miras, y que existan puntos débiles inexplicables que nos afectan penosamente a cuanto mortal pisamos la Tierra. Así que no puedo evitar mantenerme en la idea de que el mundo fue hecho con cierta desgana, obligado el Creador por extrañas circunstancias físicas, químicas y psicológicas impuestas por una extraña condición universal. En cambio —fíjate en esto— hubo otra época, un tiempo mucho, mucho más atrás, cuando yo era más joven, que, recurriendo a un ejercicio poético y consolador, un día me dediqué a elaborar una poesía imaginando a un Dios en el momento que tomaba la decisión de dedicarse a crear un mundo, el nuestro, y, animado por esa idea, elaboré un escrito en prosa muy poético —que no sé qué he hecho con él—. Pensaba en las razones espirituales más que materiales de Dios para crearlo. Y meditaba en el momento glorioso de planificarlo con sus montañas, sus valles y sus ríos. Pensaba en el estado de amor que le embargaba y le animaba a hacer todo lo posible para que todo fuera agradable y dichoso para la especie humana, y en elevar su rango, enardecerlo, sensibilizarlo y sublimarlo por medio de su creación. Pensaba en aquel tierno instante cuando Dios decidió crear las flores y dotarlas de un perfume embriagador; y cuando decidió sembrar las semillas para que los árboles nacieran, dieran sombra y atrajeran la lluvia; y no digamos cuando construyó las primeras aves y sus trinos, y cuando, después de todo, se dedicó a nosotros las personas, y nos dio un corazón y un alma, y nos capacitó para amar, y para componer música y poseer sensibilidad para oírla y entenderla; un ser humano que sería casi como un dios, que sintiera piedad, felicidad y ternura, que fuera condescendiente y, sobre todo, que creyera en la vida… Y cuando pienso en aquellos días, casi se me nubla la vista, y son momentos con los que me recreo, porque eran los días cuando yo era puro e ingenuo, y cuando todo en la vida me parecía poesía y ensoñación…

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