sábado, 17 de julio de 2010


El regreso de la pandilla…


Yo es que en verdad me muero de la risa con las cosas que suceden en España —me descojono, me hubiera gustado decir, pero no lo digo por respeto a las señoras—… ¡Qué país el nuestro, señoras y señores! Lo del fútbol solo fue una quimera, una distracción momentánea, una alucinación, una esperanza rota: miles de personas exponiéndose a que los llamaran «fachas» por empuñar la bandera nacional, y todo para nada: han pasado tres o cuatro día y ya volvemos a tirarnos los trastos a la cabeza, a insultarnos, a confundir los términos, a subjetivarlos, a llamar a lo negro, blanco, y a lo blanco, negro. En una palabra: volvemos a nuestra guerra civil permanente —y si no, vean a los del metro—, a utilizar de nuevo como base de nuestro pensamiento el surrealismo, lo indefinido, lo inconcreto. Y esto cada día que pasa más se pronuncia… ¿Existirá alguna mente cuerda aquí, en este país al que se le niega el título de nación? Es que da risa. En el mundial cantábamos el himno nacional sin letra, con el tachunda, tachunda, lalalá, lalalá, tachunda, tachunda. Los futbolistas de otros países, muy formales, cantando su himno con devoción y con la mano puesta respetuosamente en el pecho: nosotros, los que no sentimos a la patria o los que pertenecemos a la multinación, así, a la pata la llana, a lo que salga, mirando al vacío, tratando de descubrir si vienen los ovnis o esperando a ver si Venus choca con Marte. Después, con la celebración, sí, ahí tiramos la casa por la ventana. El gentío, los cánticos, las banderas. ¿Todos somos hermanos? ¡Pues nos vemos en el palacio! Una vez allí, aparece el rey muy sonriente; luego Zapatero dando besos al trofeo, y no con la sonrisa maquiavélica que suele exhibir últimamente, sino con una más bien emocionada, gritando soy español, español, español… ¡Huy, es qué soy español hasta el tuétano! ¡Soy español hasta las bragas! Después aparecen los miembros del gobierno, para salir en la fotografía y besos van, besos vienen, y multitud de abrazos. Era el momento de las grandes solemnidades. ¡¡Somos campeones del mundo, jolín, sonríe…!! Y desde ahora seremos un país normal, como Noruega, o como Dinamarca…

Pero todo duró menos que un bizcocho a la puerta de un colegio. ¡Cuidado, que regresa la pandilla, y con ella el espectáculo, y el dolor del alma! Pronto volvemos a escuchar las mismas gilipolleces en el parlamento, en las tribunas, las mismas muestras de estupidez, de incultura, de egoísmo, de «democracia amanerada», de verbosidad farragosa. Y es que no necesitamos que venga nadie a decirnos cuál es «el estado de la Nación». ¿Es que no lo vemos de sobra para que nadie venga a adornarlo, a ponerle flecos?

Creo que no falta mucho para que la denominación «español» se convierta en un insulto: «¡Oye, español! ¡Español, tu padre!».

Y es que regresamos a la demagogia descarada de los partidos, a la «traición» de los catalanes (si consiguen la independencia, la pelea a muerte será después entre ellos: ¡En esta esquina, el enanito con cara de cura —que no es catalán—; en la otra esquina el otro enanito con cabeza de adoquín —que tampoco es catalán). Y, óigalo bien: el Barsa a la mierda, a jugar contra el Sabadell, contra el Andorra, contra el Manlleu y contra el Torelló… ¡Porque eso sí: si se van que se vayan con todo y no solo con lo bueno, que ustedes ya saben aquello de que catalán es catalán. Hay que tener cuidado con ellos que son los que inventaron el alambre… Sí hombre, aquellos dos «culés» que encontraron una moneda en el suelo al mismo tiempo y estira, estira, estira cada uno para su lado, hasta que se convirtió en alambre… Yo no sé, tuvimos que ser imbéciles los españoles para unirlos a nosotros… ¿Cuando fue eso? ¿Cuando Fernando se casó con Isabel? ¡Pues vaya lata de boda! ¿Y por qué no se casaría Fernando con la Cipriana? Además, ¿qué se perseguía con ello? ¡Si borregos de este calibre ya los teníamos en casa!

Aquí, en este país, en todo él, desgraciadamente, lo que nos sobran son los iluminados —que abundan mucho, aunque tengan la iluminación en ese lugar donde la espalda pierde su nombre—, me refiero a esos individuos que juran saber lo que necesita España, cuál es su camino. ¿Entienden a España esos que traen traductores al senado para que puedan «entenderse», y para convertirnos en un país en permanente quiebra, en una torre de Babel donde nadie sabe lo que dice el otro, lo mismo si habla en gallego que en castellano? Me refiero a los Franco, los Zapatero, los Carod Rovira, los Fernando VII, los Godoy, los Salmerón, la Calderona, el venerable Azaña, el gilipollas inculto de Sabino Arana, el Queipo de Llano de los cojones, José Antonio Primo de Rivera, y Negrín (y no quiero nombrar a Rajoy para que me quede una esperanza abierta, pero ganas me dan porque no lo veo muy claro…) y tantos otros que hicieron y hacen de nuestra Patria un desbarajuste social y político, a los que nos tratan como si fuésemos borricos o retrasados mentales, que se jactan de ser nuestros salvadores, nuestro liberadores antifascistas, lo que querría decir que, si es así, nos tienen que librar de ellos mismos. Además, así contrarrestaríamos el engorde de sus bolsillos y la economía mejoraría.

¡Y es que éste es el cuento de nunca acabar! Yo, que viví aquella guerra cruel y que fui republicano, amante de la democracia; que me autoexilié en México porque no soportaba al régimen del dictador… ¡qué desilusión ahora! Solo falta que comiencen los «paseos», las checas, las torturas, las violaciones de monjas para que estemos en las mismas. Es como una maldición perenne… Y, mire usted: esto no lo arregla ni Mandrake.

Como decía mi abuela, ¡que Dios nos pille confesados!