jueves, 15 de julio de 2010


Acerca de la relevancia y el amor


En un pasaje de la página 108 del libro Come, reza, ama (un libro que merecería un comentario aparte y, probablemente, lo haga cuando termine de leerlo), su autora, Elizabeth Gilbert, se pregunta: «¿Cómo puedes dejar huella en los anales del tiempo para no pasar por esta tierra sin relevancia alguna?». Y la pregunta me llama la atención. Dejar relevancia, dejar relevancia en la tierra…, ¿es eso importante? ¿Hay que vivir con ese propósito? ¿Y a qué clase de relevancia se refiere? ¿A que tus deudos te recuerden con afecto por tu desbordante simpatía y por tu seráfica bondad? ¿Que tu nombre suene alto debido a tus grandes obras escritas o filmadas o porque eres capaz de dar ocho vueltas en el aire y hacer palmas con las orejas? ¿Que seas famoso/a por descubrir la vacuna contra la gangrena? Sí, a todos —o digamos mejor a casi todos— nos gustaría ser famosos, ganar mucho dinero, y ser enormemente apreciados por la familia y por el mundo. Yo, por el momento —cuando ya no mantengo esperanzas de llegar más lejos de lo que he llegado—, no me queda otro recurso que enorgullecerme por ver mi nombre y mi fotografía en Internet. ¡Jolín, me digo, qué famoso me estoy volviendo. Mi nombre y mi retrato aparecen entre los doscientos mil millones de nombres que están registrados aquí…! ¡Más que eso es imposible! Y luego se lo casco al primero que se cruza conmigo: ¡Oiga, que yo no soy un cualquiera! ¡Que mi nombre figura en Internet! Si Ud. quiere puede comprobarlo… ¡Y a mí qué coño me importa!, me contesta el otro. ¿Ayuda eso para que no me corten la luz aunque no la pague?, me suelta el tipo con una cara de pocos amigos que hasta me causa temor. No, para eso lo único que importa es pagar regularmente. Yo me refiero a que mi nombre ya tiene relevancia. Hoy, en esta época tan tecnificada, figurar en internet es casi lo mismo que estar inscrito en la piedra del templo de los mormones, en Utah, donde si tu nombre no aparece, no tienes la mínima posibilidad de entrar en el Paraíso… ¡Y si Internet te desconoce es que eres un cualquiera; un tipo sin identidad, sin relieve, una especie de desahuciado…!

Bueno, bromas aparte, quiero decir que jamás busqué la relevancia. No me parece significativo. La vida, la felicidad, está hecha de intimidades, de sensaciones gratas, de pensamientos, de gratitudes, de admiraciones, y eso es lo que hay que perseguir.

Hay veces que sí pienso o sí me siento invadido por la duda de que en el caso de que hubiera sido yo el fallecido en lugar de mi mujer, y siendo nuestra vida tal y como fue, sin ponerle ni quitarle nada, cómo me recordaría ella, ¿con amor?, ¿con gratitud?, ¿con deseo?. Además, me preocupa, claro está, cómo me recordarán mis hijos. Pero los hijos a veces recuerdan gratamente a sus padres como una imposición moral, como algo exigido por la sociedad: al fin y al cabo ellos nos han fabricado, piensan, y es un sentimiento natural, pero la unión de los esposos tiene una condición casual, meramente circunstancial, es algo aleatorio.

Yo escribí una novela de 500 páginas —todavía no publicada, o que, posiblemente, no será publicada jamás—, titulada De la misma tela que los sueños. Se trata de una especie de memoria donde se contemplan las preocupaciones de un viudo respecto a su convivencia con la esposa fallecida y el descubrimiento de muchos detalles de ella, de su personalidad, que durante su vida juntos pasaron desapercibidos para él. De cualquier manera, todo lo que se expone aquí es el punto de vista de él. Ahora trato de escribir —al menos estoy tomando notas para ello— otra donde sea exclusivamente la valoración hecha por la esposa, la verdad de sus sentimientos, esos sentimientos donde sea ella la que deje ver sus propias sensaciones y el encanto o el desencanto (o las dos cosas) sentidos junto a él. Para ello trato de introducirme en ella, en el interior de su alma, de su pensamiento, de su corazón y su cerebro, e interpretarla despojado de todo prejuicio, de todo punto de vista personal, de todo egoísmo. En la narración anteriormente citada, doy por hecho que ella estaba enamoradísima del marido y que esa fue la razón de que todo se lo perdonara, pero ahora pienso: ¿Y si no fue así? ¿Y si con el paso del tiempo y las trapisondas cometidas por él, su amor fue decreciendo y ella fue decepcionándose, pero permaneció junto a él por aquello de verse ya muy atada y sin fuerza para darle a su vida un cambio brusco y emprender una nueva? Tal vez después de la muerte del marido ella podría haber reconstruido su vida…

Este supuesto mío me inquieta lo suficiente como para intentar hacer lo posible para envolverme en él…

No hay comentarios:

Publicar un comentario