Por un momento, vamos a pensar que Dios…
En su libro Come, reza, ama, escrito como memoria mientras trataba de alcanzar, dice —durante un año de experimentación—, el entendimiento de la vida, Elizabeth Gilbert nos comunica que «Nuestra labor, entonces, una vez tomada la decisión de emprenderla, consiste en hacer una búsqueda constante de metáforas, ritos y maestros que nos acerquen cada vez más a la divinidad. Los textos del yoga clásico —filosofía por la que se pronuncia ella— dicen que Dios responde a las sagradas oraciones y afanes de los seres humanos sea cual sea el modo elegido por los mortales para rendirle culto, siempre y cuando se haga con sinceridad».
Claro, esto es algo que —como la mayoría de las cosas que se refieren a Dios— carece de explicación. En realidad, Dios, si nos ha creado, debía de haberlo hecho de tal forma que no tuviésemos necesidad de pedirle nada… Porque, además, la vida de cada quien tiene una línea marcada que depende de unas estructuras físicas y biológicas (genes y esas cosas) sobre las que Dios no puede ejercer su influencia ya que, si la ejerciera, estaría contraviniendo sus mismas disposiciones, que serían universales, o sea, su intervención significaría que estaría cometiendo una contradicción de sí mismo.
Además, ¡estaría arreglado Dios, con lo pedigüeños que somos los mortales!
Pero sí existen unas fuerzas extrañas en el universo que, a veces, ejercen influencia sobre nuestra humanidad, o sobre nuestro inconsciente. Yo, que no paso de ser una enorme caja de contradicciones, a veces, cuando tengo un dolor físico o un quebranto espiritual, sí es muy agudo, insistente y preocupante, recurro a Angelines, mi mujer difunta, con la que tengo una estrecha relación… ¡Fíjese usted: Jacinto de Ontañón efectuando tales actos! Bien, que conste que no lo hago ante cualquier contratiempo, sino cuando me atacan unos deterioros que son importantes, aquellos que me hacen pensar que voy a caer en una enfermedad que me impedirá caminar, o que mi cerebro y mi inteligencia acabarán por no responder como yo quiero que respondan.
Escuche ésto con atención: hace tres o cuatro días comencé a sentir un dolor en la planta del pie derecho. Empezó como algo imperceptible y débil, pero fue creciendo hasta crearme inconvenientes para caminar y hasta para dormir. Tomaba Advil o Aleve y como si nada, o se me quitaba por un momento pero al rato volvía… Cuando llevaba tres días así (que hasta me obligó a renunciar a ir a Palmas del Mar atendiendo una invitación de mi hijo Dany), y ya no podía más, recurrí a Angelines. De antemano digo que, sintiéndome avergonzado de semejantes prácticas, lo confieso, froté su fotografía contra mi pie dolorido al tiempo que decía: «¡Angelines, alíviame, si puedes, este dolor inaguantable, por favor, y perdona por ser tan latoso!». ¡Y tres minutos más tarde el dolor había desaparecido, pero desaparecido por completo! Y no ha vuelto más. Ni yo mismo me lo podía creer porque, hasta eso: no creo demasiado en estas cosas, y ya acabo de exponer mi pensamiento acerca de este asunto… Lo que pasa es que yo me desdoblo cuando lo necesito y mi otro yo realiza gestiones que el yo este de aquí no es capaz de contravenir, y le deja. Además, no es la primera vez. Desde que falleció mi mujer he recurrido a ella por diferentes dolencias —físicas y espirituales— unas diez veces, y nunca me ha fallado, siempre he obtenido el mismo resultado espectacular que tanto me obliga a pensar.
Es mi pierna derecha, que es la misma en cuyo pie se generó este dolor, la cual tiene un problema de circulación. Cuando camino aproximadamente 200 metros, comienza a dolerme la pantorrilla y tengo que parar y descansar un rato (lo llaman «Claudicación intermitente»). Eso dicen que se cura de dos formas: haciendo ejercicio —y yo lo hago— o permitiendo que te introduzcan un catéter por la vena de la pierna, y luego lo expandan: así la sangre circula con mayor facilidad y alimenta con mayor fluidez a los músculos. Pero eso yo no lo acepto porque me convierte —cada vez más— en una máquina. En resumen: todo es debido al colesterol, lo sé, y es que a mí lo glotón no me lo quita nadie. En algunos informes médicos se dice que el dolor puede aumentar y extenderse hasta el pie. Y eso es lo que yo temía que me pasara… Claro, por lo pronto me he moderado en los alimentos. Trato de no comer grasas saturadas; he acortado las raciones; ingiero menos azúcar; tomo frutas, tomate y vegetales, etc. Porque mi Angelines puede llegar el día que se canse o me mande a tomar viento (¡Este tipo se ha creido que yo me morí para curarle lo que padece por lo comilón que es!, pensará…). Pero, de todos modos, aquel dicho de que «Ayudate y Dios te ayudará», no funciona siempre. Al menos conmigo.
Lo malo de todo esto es que cuando las dolencias se moderan, cuando veo que me siento como el pastorcillo de Heidi, saltarín y lleno de vitalidad, y que corro detrás de los corderillos (ojo, no crean que para comérmelos), casi sin darme cuenta, o sea, instintivamente, empiezo a aumentar las raciones y a comer más carne y menos pescado y más alimentos dulces. ¡Y es que glotón, es glotón aunque lo maten…!