miércoles, 5 de noviembre de 2014

Ciencias que no dicen nada
Psicoanálisis, antropología, filosofía, metafísica, religión, ¿de qué nos servirán éstas y otras ciencias que no nos aseguran ni nos descubren nada? ¿Adónde nos llevan? Sí, ya sé que forman parte del bagaje de nuestra la cultura, de la cultura occidental, y de nuestro conocimiento, y que están entroncadas con el progreso, pero, repito, ¿a dónde nos llevan? ¿Resuelven nuestros cuestionamientos sobre Dios? ¿Nos descubren el misterio del universo y nuestra presencia en él? ¿Hacen que un loco piense correctamente y entre por la vereda? ¿Nos señalan unos principios verdaderos de vida, unas normas, una condición espiritual, una actitud, un comportamiento? En mis bibliotecas digital y física reposan unos cuantos libros de filosofía que contienen parte de lo que dijo Sócrates, Platón, Epicuro, Kant, Nietzsche, Heidegger, Foucault, y otros filósofos «mayores y menores» de la plantilla,  y casi nadie coincide en nada. Y si no hay un acuerdo general, una idea conjunta y firme, es una clara señal de la confusión que padecemos; de que estamos viviendo todavía en la Torre de Babel. Eso que la mayoría de los pensadores citados expresaron sus afirmaciones en otros tiempos, cuando no existían los medios de comunicación de hoy y la mayoría de la gente era analfabeta, y se creían todas las fábulas y mitos que le contaban con el fin obtener de ellos un comportamiento y hacerles sentir que estaban amenazados, y que no disponían de vida íntima o secreta. Y hoy, todavía más, es muy complicado creer en Dios, aunque también lo es no creer en él. Pero los científicos y los pensadores continuan discutiendo como si fueran a descubrir la verdad. A mí, ya lo he dicho anteriormente, me gustaría creer, pero tendría que contar con unas bases, y no me es posible porque mi función de razonar no las acepta. Es posible que posea unos hemisferios cerebrales que chocan entre ellos, o que no funcionan correctamente, o que se pasen de la raya; tal vez quieran ir más lejos de lo que les está permitido. También es posible que se deba a que de niño metieron en mi cabeza un exceso de infiernos, purgatorios, pecados, amenazas de condenas, cuidado con lo que haces porque «la Virgen te está mirando» y otras coacciones por el estilo… Yo a veces hasta lloraba cuando cometía un pecadillo sin importancia y no veía el momento de confesarme. Un día manifesté al confesor de turno (me enviaban a confesar una vez a la semana) que tenía dudas acerca de la existencia de Dios, y entonces el cura descorrió la cortinilla, abrió la portezuela de su caseta cargada de penitencias y perdones, me agarró de una oreja y me sacó de la iglesia. Me dijo, «¡Aquí los ateos como tú no tienen cabida! ¡Se lo diré a tu tía Clemen para que te meta en un correccional!». No me dio una patada en el culo de puro milagro. Y ante tal «explicación» acerca de la existencia de Dios, yo me quedé estupefacto. No podía concebir un Dios cuyos representantes en la Tierra le arrancaban casi la oreja al que tenía dudas de su existencia, en lugar de mostrar a su representado como un ser amoroso y misericordioso, y tratar de explicar con sensatez los misterios de Dios. Pero estas actitudes son propias de España… O eran, porque hoy las cosas han cambiado bastante. Creo.

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