miércoles, 19 de noviembre de 2014

Apreciación pura
Supongamos que, debido a un encantamiento, o por un desvío cerebral, o a causa de un lapsus mental o de la conciencia, abriera un día los ojos y tuviera la sensación de encontrarme solo en el mundo, sin compañía alguna, sin leyes, sin normas y sin recordar nada de mi vida anterior, aunque manteniendo el nivel total de mi pensamiento de hoy, pero sin recordar experiencias pasadas, sin tener almacenada ninguna cultura o cualidad, ni virtudes, ni tropelías o aberraciones relativas a la vida de la gente; ¡ah! y la vida sería sin libros, sin obras de referencia, sin Internet, sin televisión, y sin los conocimientos académicos adquiridos a lo largo de la existencia… O sea, estaría en estado puro, inocente, desprovisto de prejuicios y de ideas preconcebidas, sin impulsos ni deseos producidos por la publicidad. Y al pasar mi vista por el entorno me preguntaría: ¿Qué puede ser esto? ¿De qué se trata? ¿En qué consiste? Y, lo más importante, ¿qué papel pinto yo aquí? Inmediatamente después pensaría que existe, por encima de mí, otro ser más poderoso, alguien que me ha construido no solo a mí sino a todo lo que me circunda. No tardaría en pensar que esto ha sido hecho con un propósito, atendiendo a un plan. No valdrían investigaciones científicas, ni mucho menos pensaría que todo lo que contemplo se debería al azar; aquí no habría componendas desorbitadas, ni argumentos filosóficos o bíblicos interesados en ejercer un dominio. Es decir: la presencia, la utilidad, el uso para mi vista, la apreciación de los colores, el aire que respiro, todo estaría pensado para mí, para mi vida y para mi bienestar, y todo aquello que contemplo tendría que deberse a alguien y estaría ahí por alguna razón. A continuación, instintivamente, me invadirían algunas nociones relacionadas con la muerte, con la preocupación por mi destino. Y me vendría una convicción: me moriría, sí, pero mis componentes espirituales sobrevivirían, no podría haber una muerte definitiva, una descomposición fatal de todo lo que me daba ahora la vida y me había construido. 
Ante mi necesidad biológica de reponer los líquidos reclamados por mi organismo, vería ahí mismo, cerca de mí, el agua de un río donde aplacar mi sed; y al tener necesidad de llevar a mi estómago algún alimento sólido, solo habría que alzar la mano y desprender una fruta del árbol. Vería los árboles, las plantas, las frutas, el sol, el mar azul, las aves, las montañas… Todo me parecería algo mágico, un regalo a mis sentidos y a mis necesidades.
Estas serían las deducciones que haría un individuo en estado virgen, sin haber sido maleado por culturas, sabihondos, estraperlistas, interesados en que el mundo funcione de una forma acomodada a sus intereses, o maleados por las filosofías, por las creencias, por las políticas, o por las religiones. Es indudable que si Dios construyó este mundo, no debió de considerar la religión necesaria para su funcionamiento ni para que nadie lo adorara. Eso no se explica en todo un Dios. Inculcó al ser humano un sentido del bien y del mal y con eso basta. Es algo que que lo aceptamos por instinto. No me digas que las personas ignoran que matar es un mal y amar es un bien…

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