Mi salud y yo
Me llamarán bruto, temerario, cretino, o idealista descerebrado, lo que quieran, pero me niego a aceptar que mi salud dependa de la cantidad de dinero que gaste en ella o de que me ponga continuamente en manos del médico para preservarla.
Lo que intento decir es que mi salud, o sea, la mía, la que disfruto o padezco, no suelo confiársela a la ciencia: se trata de una función reservada exclusivamente a mi incumbencia, es decir, es responsabilidad mía, de mi subconsciente, de mi estado mental, del deseo que pueda tener de permanecer saludable. En mi mente, así, implantado como un requisito de reglamento interno, me he grabado el propósito de mantenerme sano y, de esta manera, todos los órganos materiales y espirituales que habitan en mi interior, colaboran conmigo. Esa es la clave. Creo que en el momento que mis células protectoras ven que mi salud se la confío a los médicos, ellas se inhiben o desatienden mi cuidado; si ven que a la menor dolencia ya estoy tomando medicinas, ellas se van al cine o a ver un partido de fútbol entre Pancreatitis, F. C. y Riñón Salteado, C. de F., arbitrado por Tumor Maligno. Y dicen: ya tenemos quién haga el trabajo por nosotras, así que vayamos al fútbol. Cuando «obligo» a mi subconsciente a velar por mi salud, todo mi potencial defensor se pone alerta, pendiente de preservarme, y lucha contra los tumores, ahuyenta a las epidemias, aleja de mí a los virus y sitúa a mi organismo en un estado de alerta apropiado. O sea, las defensas se ponen a mi servicio, que es para lo que las creó la Naturaleza. Ellos y ellas, células y anticuerpos, saben que es una cuestión de armonía, de mantenerse con un deseo, de hacer que los colesteroles malos se lancen por las venas como si se tratara de un tobogán y que, sin darse cuenta, acaben en el orificio de salida en compañía de los alimentos no metabolizados. Pero está claro que si ingiero más alcohol del que mi organismo puede absorber, si como más grasa de la permitida, nadie puede evitar que mi páncreas trabaje mal y entonces me dé una pancreatitis como la que me dio hace nueve años que estuvo a punto de otorgarme un pasaporte para el otro barrio. Y, ahí sí, mira por dónde, solo los médicos pueden salvarme: me tuvieron cuatro días a dieta rigurosa, solo a base de sueros inyectados en mis venas gota a gota. Y después las advertencias consabidas: no beba, no fume, tome comidas muy ligeras, y haga un ejercicio moderado. ¿Ves que bien? Ahí sí, no hay más remedio que utilizar a la ciencia médica debido a que he sido yo quien no ha tratado a mi cuerpo correctamente… Pero, aún así, en esa situación, el 50 por ciento o más del trabajo de curación la realiza mi propio organismo aliado con mi mentalidad.
Gracias por la cesión de la fotografía de la entrada a mi
desconocido amigo Carlos, por su cesión a través de Picasa.