martes, 29 de junio de 2010


¿Soy sólo un instrumento reproductor?


Por mucho que yo quiera prescindir del sexo; por más que desee erradicar de mí persona todo aquello que me identifica como un individuo «freudiano» (denominación aplicada por algunas corrientes psicoanalistas para describirnos como afectos o sometidos primordialmente a la tiranía de la libido), no dejo de considerar la importancia del acto sexual para la vida. Y no solo contemplado desde el sentimiento del placer, que también importa —y mucho—, sino porque involucra profundamente al espíritu y a la vida afectiva. ¿Habrá en el mundo una emoción más grande que el nacimiento de una hija o un hijo? Creo que nada pueda igualarse.

Pero, por mi parte, una vez cumplido el «encargo» de la Naturaleza, y considerando que a mi edad el acto sexual resulta un tanto grotesco, poco saludable y hartamente espinoso, decido comprobar si en la vida se puede prescindir de tal premisa y ser simple y exclusivamente una «persona sin ataduras sexuales», es decir, alguien que trate de anteponer el espíritu a la materia.

Comentaba el Dr. Vallejo Nájera en uno de sus libros el caso de uno de sus pacientes mayores que le manifestaba su felicidad tras haberse librado de la tiranía del sexo. Se sentía libre y su apreciación de sus prójimos y prójimas ya no estaba sometida a las características físicas, sino a la calidad moral… Y en lo referente a su propia condición, decía que si él se veía limitado en sus funciones físicas, en cambio, en su capacidad espiritual se habían multiplicado las sensaciones. Ahora su espíritu profundizaba más en todo; amaba con más enjundia; de su mente se habían borrado los pensamientos que interrumpían el fluido hacia la vida mística y todo lo relacionado con su entendimiento…

Vida mística, espíritu, trascendencia… ¿Es esto posible?

Tengo algunas dudas: ¿Estaré eligiendo este camino porque no me queda otro remedio dadas mis circunstancias o por aquello del deseo que tengo de elevar mi espíritu y mis ansias de trascendencia? Es decir, ¿lo habría elegido en cualquier otra situación que me correspondiera vivir? ¿Cómo sería mi vida hoy si mi mujer estuviera aquí conmigo? Desde luego, como ésta que trato de implantarme ahora, no sería. Porque cuando el «equipo» está formado por dos jugadores, como estábamos nosotros, tienen que estar ambos de acuerdo. Y, además, yo no desearía ningún cambio. Por lo pronto, la vida sexual entre nosotros no se había terminado… Y no lo digo por presunción, sino porque así era. Había disminuido, desde luego, pero nos habíamos adaptado muy bien a la edad, y entre nosotros no existía el menor fingimiento. Angelines no era de las que decía «hoy no porque me duele la cabeza». Su deseo lo expresaba con toda claridad: «Hoy no me apetece», decía, y yo lo respetaba, o —si estaba muy urgido— sabía que «botones» tenía que tocar para que el deseo apareciera… También, a pesar del tiempo que hacía que estábamos casados, nuestra conversación era fluida y comunicativa. Había mucha entendimiento entre nosotros. Ella se interesaba por todo lo que yo hacía y yo me interesaba por lo que hacía ella, y juntos lo pasábamos bien en cualquier momento. Y siempre nos reíamos mucho, sobre todo a ella le divertían «mis gracias» y mi sentido del humor. Es decir, si estuviera viva, nuestra vida apenas habría cambiado. En algún lugar tengo escrita una pieza literaria refiriéndonos a la etapa final:

«Dices que tienes la impresión de estar viviendo otra vida, no la tuya, no aquella que creíste que vivirías; es decir, no la que anhelabais Angelines y tú, que alentaba afanes sedentarios cifrados en el sosiego, en la ausencia de brusquedades y agobios, basada en una vida interior intensa, infundida de naturalidad, de lealtad y comprensión entre vosotros, que se generaría en el amor profundo y delicado experimentado por dos personas maduras que ansían alcanzar la felicidad comprometidos con la vida sencilla.»

Claro, pienso que es probable que dentro de esta vida mística y espiritual en la que voy entrando, ahora mi relación con ella será más intensa…


La fotografía que encabeza este artículo es de mi amiga María Dolores. Gracias.

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