Mis «enfurecimientos» de hoy
Ahora, en esta etapa avanzada de mi vida con la que me toca «bregar», no deja de sorprenderme cómo permanecen o sobreviven adheridas a las «paredes» de mi alma, ciertas actitudes del pasado reconocidas como necesidades perentorias, y me hacen enfrentar algunos desvelos que a estas alturas son considerados inútiles o molestos, y cuya uso a mi edad no tendría razón de ser. Me refiero a afanes que si bien eran propios en los días de juventud y primera o segunda madurez, ahora no debían de ser requeridos o no debían de ser requeridos con la misma urgencia de antes. Y es que, según aumentan mis años, más advierto que en cada etapa de la vida uno debe requerir distintas necesidades, someterse a otras pautas, e interesarse por diferentes sistemas…
Por ejemplo, están los afanes casi permanentes y obsesivos del amor…
¡Ay, el amor!
Más de una vez he expuesto aquí que ese amor superficial —o sea, el que se manifiesta por la necesidad de ejercitar el sexo— es uno más de los divinos requerimientos o trampas que nos propone la Naturaleza con el fin de que nos reproduzcamos —aunque la necesidad de esa reproducción no esté muy clara tanto para la ciencia como para la religión—.
El hecho de que estemos casados o no, incluso, que se sea homosexual o se sea lesbiana, o no se esté interesado en procrear, a la Naturaleza le tiene sin cuidado. Ella nos ha presentado el deseo para que nos multipliquemos, y punto, y lo ha hecho como un requisito general, algo que forma parte importantísima de la maquinaria de la vida, y no anda considerando cada caso en particular. Luego, según van pasando los días, si hay buena sintonía entre los dos seres que se unen para practicar el sexo, puede surgir otra clase de amor: más espiritual, más profundo, más verdadero, pero, en origen, quien es el encargado de promover todo este atractivo tinglado, es el deseo sexual.
En mi caso, y puesto que ya he pasado por todas las etapas de la vida, me siento en condiciones de opinar con cierta autoridad. Y vengo a decir que es ahí, en esa función, donde veo cierta falta de consideración de la Naturaleza (o de Dios, si usted cree que es él quien nos ha dado la vida), porque aunque el deseo sexual disminuye con los años, eso no significa que desaparezca del todo.
Y a tal incongruencia quiero referirme.
Cuando la pareja permanece unida, la práctica del sexo, aunque si bien decrece con el paso del tiempo, no hay duda de que está más al alcance, pero en lo/as viudo/as o divorciado/as mayores los contactos son más infrecuentes. En mi caso, viudo y «sin perrito que me ladre», aún considerando que me he propuesto mantener una fidelidad firme a mi esposa (se la merece, porque cuando estábamos casados cometí algunas «diabluras»), suelo rehuir el contacto sexual con personas del sexo opuesto y de mi edad por considerar que para encontrar atrayente físicamente a una mujer mayor, hay que haber envejecido con ella y, al contrario, para que una mujer encuentre todavía atractivo a un hombre mayor, tiene que haber envejecido con él. Es la única forma de no advertir de una forma violenta la destrucción física operada por el tiempo. Claro, sin que deje de admitir todas las excepciones inherentes al caso…
Yo, dentro de los cuestionamientos espirituales que intento proponerme, y en mi afán de ser cada día más persona humana, intento someterme y mantener en mí un profundo sometimiento a lo que creo que en verdad es la vida, y distinguirlo de lo que creo que no lo es; después, trato de fomentar una elevada comprensión hacia las personas sin que importe la complejidad y diferenciación respecto a mí de su pensamiento y actitudes. Y el sexo, que no deja de ser un sentimiento animal, ya no es tan necesario para el incremento emocional. Por eso lo he dejado, digamos, semiencerrado bajo siete llaves.
Pero, a mí ahora nada me saca de quicio. Nada me enfurece. Y podría afirmar que nada me deprime… Ese es el goce de la vida. Y afirmo que existen actitudes, acciones y placeres que están muy por encima del sexo. Y a ellos me consagro. Como escribió David Foster Wallace —un escritor cuyo pensamiento me entusiasma—, trato de «mantener con vida esos elementos humanos y mágicos que viven y brillan a pesar de la oscuridad de los tiempos».
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