martes, 22 de junio de 2010


El equipo que nos dibuja


Esta heterogénea mescolanza de elementos que nos hace como somos y nos da la vida; ese raudal de influencias sedimentadas en nuestro corazón provenientes de una condición genética heredada, y que nos diseña por dentro (y tal vez por fuera), y nos presenta tal como somos, o sea, que nos configura de una manera determinada, y nos convierte en simpáticos, o en huraños, en surrealistas o en seres alegres, o en embusteros, fatuos, honestos, curiosos, aburridos, extrovertidos, elocuentes, sarcásticos, tontos, listos…

Cuando yo me introduzco en mí y exploro ese mundo excéntrico y desorbitado donde habitan mis genes, me digo que el hecho de ser, por ejemplo, idiota o listo, no es culpa mía: es una condición implantada por algo ajeno a mí, algo que representa la verdadera fuerza de la vida, y que igual podría haberme convertido en un ingenuo inocentón que en un tipo brillante y activo, o en un inventor de algo que produzca la elevación genital sin necesidad de recurrir al malvado biagra, o me hubiera conformado como un perezoso sin remedio, o como un individuo imaginativo que ve elefantes rosados volando a su alrededor, o en un atolondrado, o en un ambicioso insaciable… ¡Qué sé yo!

Y cuando veo que todas nuestra mañas, nuestras destemplanzas nos las impone el equipo de cromosomas que nos habita, utilizando el material disponible que fue arribando en mis entrañas cuando alcancé la categoría de feto, y que venía procedente de los almacenes internos de mis antepasados, y luego se quedó ahí, encerrado, esperando a que naciera para hacerme un esperpento descarriado, o un «triunfador» descollante, o un gilipollas sin remedio… Esas partículas que fueron las que determinaron mi condición altruista o mi descarrío hacia lo roñoso, o me adornó con las características de un genio como Einstein, y lo hizo sin que importara que diera o no mi consentimiento, o decidió que no pasara de la categoría de vendedor de escobas en el mercado o de desatascador de pozos negros en la ruralía, o que llegara a presidente de gobierno, esa imposición, digo, no deja de decepcionarme porque me obliga a aceptar condiciones que no combinan conmigo, con mi verdadero yo, porque no paso de ser un producto de mi herencia genética, ésa que hay en mí, que habita en mis entrañas, y ha ido acumulando basuras, vicios, virtudes, purezas e impurezas, la simplicidad y la sinrazón que me vienen enviadas por mis abuelos y por los abuelos de mis abuelos, sin que ninguno fuese seleccionado por mí, o que se debió al albur, a la casualidad, al acaso, o a la misma —por qué no decirlo— pillerías de la Naturaleza, y tal circunstancia decidió cómo sería yo, cómo me comportaría y cuales serían mis placeres y mis odios, y no me dieron otra oportunidad que decir: ¡acepto!, además de endilgarme unos genes sí, pero otros no, alegando que la evolución de las especies no permite tomar lo que se quiera. Al menos, digo yo, me podía haber dado una mirada irresistible, que cuando la lanzara sobre Angelina Jolie, por ejemplo, ésta hubiera caído rendida a mis pies… ¡Pues no; tengo que conformarme con ser así, como soy, como ellos, los genes, decidieron que fuera!

Por esa razón, cuando pienso en esa escala retorcida y complicada del ADN, que me describen, que proyecta mis enfermedades o me defiende de ellas —pero que en ningún momento deja de pisotear mi dignidad y mi ambición como ser humano—, me sublevo un poco… Porque, además, ahora, cuando estoy a punto de cumplir mis primeros 78 años de edad, cosa que ocurrirá hoy mismo, es cuando me hago cargo del turbio asunto, y lo veo como algo que ocurre sin remedio, y sin que yo diera mi aprobación… O sea, que fui construido sin darme vela en este entierro, y sin darme la oportunidad de elegir mi estatura, ni conformar mis entrañas, o mi aparato digestivo, o mi metabolismo, ni el color de mi cabello. Y eso me invita a exclamar, ¡pues vaya desbarajuste! ¿Cómo la vida puede estar construida sobre bases tan desquiciadas? ¿Es que no significamos nada para nadie…? ¿Y entonces…?


Esa preciosa fotografía ha sido realizada

por mi hija Mónica, en una calle de Amsterdan,

Países Bajos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario