lunes, 24 de mayo de 2010


Sentir la vida


Perdóname (te lo digo a ti que sueles leer mis blogs, y también me lo digo a mí, que los escribo) por haber desatendido durante tantos días mi bitácora. Ocurre que estuve casi toda la semana pasada en Palmas del Mar, mi Shangri-La, mi ciudad soñada, mi paraíso situado en la otra esquina, y allí no me puedo llevar mi computadora porque no es portátil, sino de escritorio… Pero, además, está justificado: es conveniente apartarse de la actividad digital de cuando en cuando y regresar al sistema tradicional de bolígrafo en mano, libreta de notas y pensamiento puro, con paseos al albur e impresiones in situ, sin métodos tecnológicos a mi alcance, y sin tener que elaborar mi pensamiento de una forma estrictamente académica. Además, por pasar unos días en este lugar y dedicarme a mí mismo unos momentos de retiro espiritual, y hacerlo de cara a la naturaleza y abandonando cualquier reflexión planificada, bien merece la pena dejarlo todo temporalmente. Y para llevar a cabo tan recomendables menesteres, hay sitios, como éste, que parecen elegidos por la naturaleza y diseñados especialmente por ella… Bueno, aunque, claro, me refiero a sitios que concuerdan conmigo, con mis gustos personales, los cuales, lo reconozco, no son muy comunes. A mí no me atraen esos sitios de tarjeta postal: cielo intensamente azul, playas de arenas finas, blancas y cernidas, edificios de 30 pisos bordeando la playa, restaurantes, tiendas, y olor a comida… No. Me gustan aquellos otros donde está más patente la naturaleza y donde la mano humana casi no ha intervenido en rectificar los planes de ésta o, si la ha hecho, ha sido respetando al máximo las exigencias naturales. Como ocurre aquí.

Y es que este lugar me influye de una forma intensa, me induce a escarbar en mi alma, a dialogar conmigo, a embeberme y disfrutar con el hecho natural, a sembrar mi camino de rosas dondequiera que vaya, a ver la vida desde perspectivas profundas, no consideradas en otra parte. Aquí, estando solo como estoy, parece como si se hubiera detenido el tiempo para mí… Se trata de un silencio natural sólo interrumpido por el rítmico batir de las olas, los graznidos de los pelícanos o el chillido estridente de las gaviotas, mientras mis pensamientos fluyen incesantes y me convierten en un ser con una sensibilidad especial para captar las pulsaciones de la vida y sus vibraciones. Aquí es donde percibo el mensaje de la naturaleza, y advierto lo que ésta requiere de mí mientras siento los latidos de mi corazón y advierto a mi sangre circulando por mis venas… No hay duda: éste es el lugar perfecto para dialogar con uno mismo.

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