Esta gelatina llamada Tierra, donde vivimos…
Si uno se dedica a analizar la vida profundamente, y trata de penetrarla, de poseerla, de engullirla y saborearla, puede caer en un éxtasis delirante, pero también en un desconcertante desaliento, o puede llegar a sentirse frustrado, o exaltado de amor, o decepcionado… Sobre todo si se la relaciona con uno y su aventura propia. Claro, reconozco que depende del momento elegido para encarar la tarea y también de quien la asuma, porque, a veces, el resultado consiste en la oportunidad y el momento. Puede depender, incluso, del día y la hora en que se vea el asunto… ¡Ah! se me olvidaba: y sobre todo de la edad… Porque si se es mayor, como yo, todo se ve con la vista cansada…
Normalmente, no encuentro ninguna ventaja en la vejez, pero si me apuran, una de las pocas positivas (¡hummmmm…!) es que se puede hablar porque se ha pasado por todo y se tiene experiencia (aunque, como le planteó a Margaret Mead un alumno, «Sí, tú eres mayor y sabes mucho de la vida, pero nunca has sido joven en una época como ésta…»). Además, se sabe que cuando se es joven y uno anda embebido en el tráfago de la vida, en sacar adelante un proyecto, en trabajar con ánimo de progresar y casarse, en salir a pasear con la novia o con el novio, en el brillo que debemos destilar en nuestra intervención en la junta, en ir a la discoteca por la noche o en preparar nuestro viaje a Polinesia o a la isla de Chimbombá, entonces no hay tiempo para consideraciones abstractas: la vida es como es, es decir, algo loca, divertida, revolucionada y llena de puertas mágicas detrás de las cuales se esconde el éxito y la felicidad, y nada va a cambiar en el mundo por mucho que meta yo mi asquerosa nariz en su mezcla gelatinosa, ya que la vida la hacemos todos en el día a día, los sabios y los tontos; los ricos y los pobres (en este caso, más los primeros que los segundos), las guapas y los feos, los morenos y las rubias, las altas y los bajitos…. Pero cuando se es mayor —así como yo soy ahora— y no se tiene otra cosa que hacer sino estudiar el comportamiento de los escarabajos y las hormigas y la importancia en su papel de horadar y ventilar la tierra, o cuando lo único que se hace es estar pendiente de si ya llegó el cartero, o tratando uno de hacerse el gracioso contando un chiste con el cual casi nadie se ríe porque ya no se tiene gracia, entonces se suele acrecentar el pesimismo, y el fisgoneo, si es profundo, lo acentúa. Porque, hay que reconocerlo: todo es según el cristal con que se mire o depende de si se ha dormido bien, o se ha dormido mal o no se ha dormido…
El otro día, cuando iba yo con mi hijo en su automóvil —conduciendo él—, hice un comentario en relación a las dificultades que enfrentan los seres humanos de hoy (la crisis económica, la polución, el clima, la caída de principios, y todo eso que parece amenazarnos hoy en día). Y entonces él, muy ufano, con una seguridad pasmosa, me dijo, Estás equivocado: hoy se vive la mejor época de toda la historia de la humanidad. Sí, pero… Ahora es cuando la gente viaja y tiene dinero. Sí, pero… Ya no existen los dictadores sanguinarios porque la ONU no lo permite. Sí, pero… Hay trenes que desarrollan una gran velocidad. Sí, pero… La tecnología está a un nivel como no estuvo nunca. Sí, pero… Hay teléfonos celulares, Internet. Sí, pero… Ya no hay guerras y hay computadoras. Sí, pero… Aunque hay dificultades momentáneas, todo tendrá arreglo porque no existe nada que se le escape a la Ciencia, o acabaremos por adaptarnos. Sí, pero… Total, que no salí del «sí, pero».
De todos modos, en este momento, investigar de qué sabor es este flan de gelatina temblorosa que supone nuestro hábitat, puede traerme consecuencias graves. Para mí, y a mi edad, eso está bien claro.
¿Por qué no me daría por coleccionar insectos o gallinas tuertas, digo yo?
Pero, de todos modos, lo diré aunque usted no lo crea: me gusta la vida y la amo a pesar de las jaquecas que me dan cuando pienso en ella… Pero, sí, la amo, eso está fuera de toda duda, y me siento feliz de haber tenido la oportunidad de vivir en esta época. Lo que pasa es que cuando la miramos con intensidad para tratar de ver cómo es ella, nos asombramos de contemplarlo todo tan gigantesco, tan abrumador, tan inabarcable y que roza roza el absurdo de una manera tan evidente… Y es entonces cuando notamos que se nos nubla la vista y nuestro corazón se encoge…
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