martes, 9 de febrero de 2010



En Palmas del Mar, la tierra nueva

Es una mañana espléndida: a un cielo intensamente azul hay que agregar la suavidad de la atmósfera, el lento balanceo del mar, sin rugidos ni fierezas; sólo la calma. Y está la dinámica reflectora y al mismo tiempo mortecina con las distintas tonalidades del verde de las plantas, los árboles y las palmeras, que es lo que más se impone, salpicado por el rojo y el amarillo de algunas flores. En los edificios, en el agua del mar, en las pocas nubes lejanas, hay un tono levemente dorado y una quietud serena, es como si el director de la orquesta sinfónica hubiera bajado la batuta y todos los músicos entraran en reposo… En la playa, todo es lentitud, armonía, serenidad; hasta las personas que hacen footing parecen moverse a cámara lenta. Un pelícano planea sobre el mar armado de una paciencia digna y cautelosa, que es lo que se requiere para localizar la presa. Apenas mueve las alas y da a entender que flotara en el aire sigilosamente, tratando de no llamar la atención o simulando que no va de cacería, sino aparentando que ha salido a volar sin otro propósito que sentir la vida o ser feliz mecido por las corrientes de aire; pero llega un momento que encuentra algo —un pez, una almeja, una estrella de mar— y se estimula su apetito. Y en un reflejo portentoso, en un instante de pasión, todo él se convierte en flecha, y de la calma y la lentitud perezosa, pasa a una velocidad inusitada, y se zambulle casi sin hacer ruido al penetrar en el agua, ni salpicar. Cuando reaparece, trae en el pico un pez que, a juzgar por sus movimientos, es evidente que intenta recuperar su libertad, pero el pelícano, de una sola tacada, se lo engulle.
El sol, todavía casi al ras en el horizonte, tonifica mi cuerpo y da vigor a mi alma, infundiéndome una gran sensación de infinitud y de vida plena, cifrada en la paz y la libertad. Parece como si hoy todo fuera de estreno o como si la vida, el mundo, la naturaleza, hubiesen comenzado en este momento, es decir, como si todo lo que contemplan mis ojos ocurriera un día después de la creación. Hay una trasparencia singular en el ambiente, un olor limpio e inefable, lleno de sugerencias. Allí en el fondo resalta la isla de Vieques, y un poco más al norte, la de Culebra. Se cruza conmigo un pareja –hombre y mujer– de mediana edad: él me mira y se sonríe, y es que en un día como este no hay otra opción: está bien claro que la naturaleza se ha propuesto que para hoy la consigna, la clave de entendimiento, la señal de amistad entre los seres, sea la sonrisa…

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