sábado, 11 de julio de 2015


Los sin sentidos de la vida
La vida tiene varias vertientes, varios significados, varios caminos. Yo, ahora que soy viudo, vivo solo y estoy en una edad avanzada, la veo, la experimento de una forma muy diferente a como la veía antes, cuando era más joven y estaba en plena actividad. Para mí en este momento la vida es mágica, misteriosa, embriagante, a veces dulce, a veces amarga, que introduce las promesas en la imaginación, pero nunca va mucho más allá de ser una incógnita… Aunque sí, lo reconozco, es muy digna de pensarse, de amoldarse a ella, de inventarla si es necesario. Soy agnóstico, desde luego, porque mi función de razonar siempre me sale al paso cuando echo mi fantasía a volar, y me patea la barriga, me da golpes con el puño cerrado en la coronilla, me suelta algún sopapo que otro, me mira con ironía y en son de burla. No me ocurre como a Angelina, mi mujer, a quien yo consideraba que ella era el prototipo del ser humano, la representante por excelencia: creía en Dios sin complicaciones metafísicas y sin estridencias; era compasiva, amable y dulce; disfrutaba de las pequeñas cosas, de la naturaleza, de la efervescencia de las flores; se interesaba por el estado de ánimo y el estado físico de los demás, amaba a los animales y le gustaba caminar descalza por la playa… Y, sobre todo, no tenía complicaciones con su intelecto. Yo creo que ese es el punto fiel de la vida y de las personas, el intermedio, el tranquilizante: trabajas, te llevas bien con el vecino, cuidas a tus hijos, regulas tu comportamiento, limitas tus pequeñas perversiones y no te devanas la sesera queriendo penetrar en lo imposible. ¡Ah, si yo fuera así! Pero, qué va… Soy un tanto complicado, disconforme, embarrado por ideas contrapuestas. Menos mal que conté con ella, que supo soportar mis veleidades, mis cambios de dirección, mi búsqueda de imposibles. ¡Cómo la echo de menos ahora! Cómo añoro sus «¡Pero cariño…!» suaves y conciliadores, envolventes, que me dejaban pensando y me reconciliaban con los momentos rebeldes y las situaciones amargas. ¿Cómo una mujer como ella pudo soportar a un hombre como yo, me pregunto? Para ella la vida era un premio, mientras que para mí es casi un castigo (bueno, mi único premio fue contar con ella). A mí me atosigan las nostalgias de lo imposible, de lo que no puede llagar; añoro una vida más amable, desde luego, más compensada, más motivadora, no ésta tan pasajera, tan cambiante, tan instantánea, tan llena de promesas que no se cumplen o que cuando se cumplen te decepcionan. Yo, ahora, al hace recuento de mi vida pasada, veo muchos momentos que no los supe disfrutar a plenitud porque no era consciente de la felicidad que producían. Y es que el sentido de la felicidad siempre se recibe con retraso. Hay muchas veces que me gustaría vivir otra vida igual a esta, pero aplicando en la de ahora todas las sensaciones buenas que no advertí o que no supe asimilar. Y me digo: ¿Se tratará de una treta para indicarnos que la vida es como una pompa de jabón, pasajera y carente de importancia?

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