miércoles, 17 de diciembre de 2014

Seguimos sin saber dónde vamos
Nuestro complicado mecanismo no solo material sino también espiritual, garantiza la procedencia divina acerca de donde venimos. (Perdonen el inciso, pero es que a veces me asombro de que ciertas afirmaciones —como ésta— sean hechas por mí, un agnóstico empedernido. Y es que hay momentos que siento como si alguien ajeno a mí o muy emparentado conmigo dictara mis impulsos, y me obligara a expresarlos. Se aprovecha de mi manía de tratar de esclarecer las dudas. O también puede deberse a que mi hemisferio izquierdo espera a que el derecho se quede dormido para hablar sobre los enigmas.) 
Pero no albergo ninguna duda de que esta cuestión es algo que se les escapa a los científicos… Entendamos: la mayoría de los científicos son materialistas. Y he dicho «la mayoría» porque no dudo que tiene que haber alguno que investiga la materia pero lo hace desde una posición espiritual. Incluso, me atrevería a decir que «algunos» creen en Dios, y que lo confirman precisamente en sus investigaciones. Pero es natural que el científico, envuelto siempre en sus análisis materialistas, en su física cuántica, o tratando de entender el comportamiento de las hormonas, de las células, de las moléculas, de las neuronas, de la biología, y de la química, acabe creyendo que eso es todo, que detrás de ello no hay nada, que se le anule la imaginación, que crea solo en lo que ve. Claro, también se podría afirmar que el método de muchos intelectuales y hombres de ciencia, según parece, consiste en negar a Dios, soltar unas cuantas burradas más y después escribir un libro. He observado que existen muchos más libros escritos por los que niegan a Dios que por los que creen en su existencia. Ahí sí que hay considerar que este mundo es sobre todo materialista… 
Aparte de ironías, la verdad es que para interpretar las cosas, para sentirlas, para entrar en ellas, se requiere un grado de sensibilidad que no todo el mundo posee. ¿A qué se deberá, me pregunto, que los soportes, la razón, la estructura de la vida, el destino, nuestra validez y responsabilidad, no tengan el mismo significado para todos, ni se sostengan los mismos orígenes, ni constituya iguales preocupaciones, ni las mismas facultades espirituales?  
Bueno, también es posible que esa falta de entendimiento sea necesaria para el desarrollo de la vida… Pero es como si viviéramos en un desbarajuste perpetuo, encerrados en una vida loca, en un parque de atracciones sin sentido…  Sobre todo, los equívocos, las contradicciones, suceden con prioridad cuando se comentan cuestiones de ateísmo y de teísmo, de ontología divina, de éticas o comportamientos, de espiritualidad, de la existencia del alma, de actitudes morales, de deismo, de filosofía, de vida después de la muerte.
Y es que debo confesar que esta diversidad de criterios en el temario de la existencia perturba mi sistema psicológico, mi sistema de entendimiento y mi función de entender la vida. Tal vez el asunto de la Torre de Babel sea un mito, pero no deja de ser un símbolo que describe a la existencia.

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