lunes, 22 de diciembre de 2014

Deshojando la margarita
¿Por qué la Naturaleza, en su papel exterminador (entre otros) acaba por cerrarnos la puerta a la esperanza y al deseo de vivir de una forma tan radical, tan irrespetuosa, inculcándonos la sensación de que ya no pertenecemos a este mundo y estamos aquí de sobra? Eso demuestra, por una parte, que hay una inteligencia superior gobernando el orbe, alguien que dirige nuestro destino espiritual y biológico y, entonces, aplica sus leyes sin atenerse a consideraciones hacia nada ni hacia nadie. Será que si nos permite el acceso a la verdad nuestro comportamiento sería diferente… Aunque, claro, también pudiera suceder que, dentro de esta composición, o de esta nomenclatura universal, la Naturaleza, con su trato hacia quienes hemos rebasado la etapa utilitaria, esté tratando de que nos familiaricemos con la muerte; que vayamos aminorando la marcha y el deseo de vivir en este mundo, es decir, que nos habituemos a la idea de que ya no pertenecemos a este sector… Pero no deja de ser una opinión un tanto frívola, soltada así, a la ligera, algo que más pertenece a la fantasía que al sentido común. El tema verdadero es muchísimo más complejo. Pienso que el Universo sí se ha podido construir por azar, como resultado de explosiones, choque de moléculas, ondas catastróficas, meteoritos díscolos que se han salido de sus órbitas, lo que sea… Pero, llegado el momento y pasado el tiempo, al reunir nuestra Tierra de todas las condiciones físicas requeridas para formar la vida, lo «hayan» dotado de ella, porque, dentro de todo este conglomerado, lo que llama la atención es la aparición de seres vivos, algunos con vida interior, con sentimientos, y poseedores de un cerebro con pensamientos y movimientos propios e individuales, y con sensibilidad y deseos de libertad, y que el ser humano haya sido habilitado para llegar a los niveles que se ha llegado. Eso no pudo ser consecuencia del azar, o de una condición casual: es técnicamente imposible. Se nota que hay un plan. Es algo que tuvo que surgir gracias al deseo de alguien con grandes conocimientos de biología, física y química, y que aprovechó la situación propicia que presentaba la Tierra para construirlo a base de sembrar unas moléculas y permitir que se desarrollaran. ¿No hay en este momento un grupo de seres humanos –formado por «700 científicos»– haciendo pruebas con un manoseado acelerador de partículas que no se sabe hasta dónde puede llegar (bueno, si es que en realidad llega a alguna parte)? Pues esa es una demostración de que el pensamiento y la acción del ser humano no tiene límites, que la ambición y el deseo de progresar forma parte de nuestra estructura. ¿Quién nos puede asegurar que no seamos el resultado de una mente superior perteneciente a uno cultura muy por encima de la nuestra? También pudiera ser (y perdonen que eche mi imaginación a volar) que vivamos en una etapa de transición y que en nuestros organismos se fabriquen las almas o los espíritus, o los alientos necesarios para dar vida a otros seres de mayor nivel y solvencia. Que serían, tal vez, unos seres más civilizados tanto en el orden técnico como en el filosófico…

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