martes, 9 de diciembre de 2014

¿Evolución por cuenta de quién?
De todos modos, el mundo, la vida, los sentimientos, están absolutamente envueltos en el misterio. Y esto debe ser aceptado lo mismo si se cree en Dios como si no se cree. No hay filosofía que sea capaz de darnos una respuesta, ni doctrina, ni libro sagrado, ni papas o sacerdotes. No importa que recurras a la ciencia, al análisis metafísico, a la elucubración científica o psicológica, nada te descubre nada. Y si acudes a las religiones, menos aún. Las religiones sólo se sostienen en  mitos, en explicaciones caducadas que sólo se podían creer hace 10 siglos. Hoy no. De ninguna manera se puede aceptar que un Dios cree una religión como instrumento para ser adorado o para someternos como perritos amaestrados a él. Si un Dios busca adoradores, en el acto deja de ser dios. Y si somos producto de un Creador, él mismo nos inculcó, supongo, un sentimiento del bien y el mal, es decir, todos los mortales «sabemos» cuál ha de ser nuestro comportamiento. Por instinto o porque dentro de esos parámetros hemos sido construidos. Tenemos una conciencia que nos conmueve, nos emociona y nos hace llamadas de atención. 
No obstante, nuestra presencia puede ser esencial para alguien, por ejemplo, para nuestro Creador; para la Naturaleza, para que el Universo funcione, o ciertas reglas, o algunas significaciones. De la misma forma sabemos (por lógica, por razonamiento, por deducción) que los seres humanos no podemos ser producto de la casualidad. Eso solo pueden creerlo personas con una mente reducida, o los que son poco inteligentes, o insensibles al milagro humano, o con un hemisferio de su mente anquilosado. O que buscan un interés… Podríamos ser las neuronas de Dios, o sus herramientas para edificar la vida conforme a sus deseos y necesidades. O también podemos ser sus brazos biológicos y materiales, o quienes ponemos en marcha su pensamiento. Fíjate que las hormigas, siendo como son prácticamente antidiluvianas, no han progresado ni tienen afán de hacerlo: su sistema de vida, su modus vivendi, es el mismo ahora que el que era al principio de su existencia. Los elefantes, las jirafas, los monos, los cocodrilos en sus géneros de vida, no han evolucionado. Algunos de ellos, como los gatos y los perros —y muchas gallinas—, han pasado a depender de los humanos, y eso les ha hecho cambiar de costumbres. Pero nada
 más. Se han habituado a vivir con y a expensas del ser humano, han pasado de huir de él a vivir con él, pero en cuestiones de progreso, a pesar de su evolución biológica y física, no han cambiado, no han operado nada que surja del pensamiento. El hombre sí. El único que verdaderamente tiene noción de la evolución, del progreso, de la cultura, es el ser humano. Yo, en las fotografías que adornan mi pared contemplo una serie de actos relacionados con la historia de mi familia y, por tanto, de mi vida. Veo a mi esposa sonriendo, veo a mi hijos reunidos, veo a mi padre leyendo un libro. No veo a una cebra dando clases de física, ni a un perro usando una computadora: solo veo seres humanos en diferentes actitudes, contemplativas o constructivas, pero solo son seres humanos los que saben sonreír, y los que saben llorar, y quienes tienen sensibilidad para admirar el arte, y los que saben inventar un avión o una nave que viaja al espacio, o se emocionan con una canción, o se enamoran. ¿Esto no tiene ningún significado? ¿Es posible que se trate de una acción inútil, baldía, que no persigue nada? Tal cosa no cabe en mi cabeza.

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