domingo, 22 de junio de 2014

En mi aniversario
Hoy cumplo 82 años y no puedo dejar pasar la jornada sin hacer un repaso de mis andanzas, de mis discursos, de mis amores durante los casi 30.000 días vividos. Pienso, sobre todo, en mi mujer. Ella encarnaba todas las atribuciones que yo le aplico al género femenino.
Para mí la mujer, la verdadera mujer, la que acelera mi corazón y me hace vibrar, es la que por su constitución, su femineidad, su ternura, es la más opuesto a mí, que pertenezco al género de los hombres. Es decir, me gustan, me atraen, me enternecen, me apasionan las mujeres cuanto más femeninas son: no me agrada la mujer hombruna, musculosa y con actitudes varoniles. Y no estoy diciendo que desprecio a los hombres, ni que somos superiores los hombres a las mujeres (como pregonan algunas culturas). Tampoco soy homófono, pero no entiendo, no puedo explicarme mi relación íntima y sexual con otro hombre. Me parece deleznable, me repugna, no es natural. Yo he nacido para admirar a la mujer, para compartir y tener mi relación con ella; para verla sonreír, para admirar su cuerpo, para detectar su mirada, para extasiarme con su sonrisa y con sus gestos, para embelesarme con su personalidad. Con mi Angelines muchas veces le decía que ella podría ser muda, que no necesitaba hablar para hacerse entender. Que con una mirada suya era suficiente para interpretar su necesidad, o su requerimiento, o su amor, o su sentimiento, o su emoción. 
Por mi parte, aquí, en nuestro planeta, mi vida se ha desarrollado gracias a la mujer. Una mujer me trajo al mundo (como a todos los mortales), pero mi primera mujer del alma fue Mada, la segunda esposa de mi padre. Ella me metió a periodista; ella me dio clases sobre la vida y el comportamiento; ella corrigió mis primeros artículos periodísticos; ella me mostró el lado más aceptable de mi padre con el fin de que me congraciara con él (en los pocos momentos que lo traté, no surgió entre nosotros una buena relación. Se fue al exilio cuando yo tenía 5 años. Y al regresar a España tenía 15 –murió un  año después–, y en esos 10 años no nos había ayudado ni material ni espiritualmente, y dejó que mi madre se las arreglara como pudiera con tres hijos), ella me mostró lo que es el sentimiento, ella me iluminó acerca de la vida. Cuando me casé y me fui a vivir a México con mi mujer, Mada fue la que me recibió, la que me mostró el camino, la que me ayudo con verdadero amor. Yo venía de una España casposa, convencional, dogmática, atrasada, y Mada fue la que me explicó los términos de la vida. 
La segunda y más profunda intervención de la mujer en mí fue la que me mostró Angelines, que fue el amor más grande y tierno de mi vida; ella fue la que me «domó», la que me dio 6 hijos, la que renunció a una vida segura para seguirme a mí —aventurero crónico y con afán de probarlo todo—, y convertirse en mi compañera, y darme un amor sin reservas, profundo y entregado (y sentirse amado es el mejor premio que se puede recibir en la vida). Ella falleció hace catorce años y su presencia en mi vida fue tan significativa que todavía la recuerdo y le mantengo mi fidelidad más fiera y arraigada.
Hubo una tercera mujer que intervino en mi vida, pero mejor me lo callo porque pertenece al género intimo…

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