sábado, 5 de abril de 2014

No pasamos de ser 
unos robots imperfectos
No es raro que cuando se llega a mi edad se empiecen a ver las cosas desde nuevos ángulos. Y es que, desde que sobrepasas los 70, tu espíritu se va volviendo más pulcro, más crítico, más exigente, aunque podríamos decir también que más humano. Y es cuando se ven las imperfecciones, y los requerimientos sobre la vida se amontonan en la caja de «reclamaciones», y, aunque te hagas el desentendido, te asedian y te exigen. Tal vez provenga de la añoranza de un mundo que pudo haber sido y no fue, o es posible que uno se vuelve más purista, más necesitado de que en la vida las cosas sean más sinceras, más naturales, menos materiales, menos míticas, y más dadas a lo espiritual. También es probable que en estos comienzos del siglo 21, ante tantas generaciones que pasaron sobre nosotros, uno se vea más evolucionado en su pensamiento y en su papel como persona (con todas los significados que esta acepción conlleva y a pesar de los múltiples desprecios y exclusiones que la vejez soporta hoy en día). Te produce una gran tristeza que, en el fondo, este mundo, dentro de sus maravillosos instrumentos, de su magnificencia natural, no sirva para nada concreto (si nos atenemos, claro, a las predicaciones de los sabios, a nuestro razonamiento, y a esos «pedruscos» vacíos que giran sobre nosotros y nos rodean sin necesidad de salir de nuestro universo inmediato: planetas y sus satélites que están ahí, inertes, inútiles, gracias a la gravedad y a la fuerza centrífuga, y lo hacen sin ningún motivo aparente). O que, tratándose de un cuerpo relacionado por igual con la materia y el espíritu, tendamos más a la forma que a su eminencia y, en persecución de ella, sucedan tantas acciones sin sentido a impulsos de la ambición. También te entristece que haya falta de amor o que éste se confunda y se aplique mal o de forma equivocada… Pero, seamos sinceros: lo más probable es que si acabado este mundo, sucediera otro big-bang, volverían a ocurrir las mismas cosas, los mismos defectos, semejantes encantos, porque hay tendencias humanas que son inherentes y no se pueden erradicar. A no ser que en vez de ser construidos en China fuésemos fabricados en Alemania (pongo por caso y sin ánimo de ofender a nadie).  No obstante, y aceptándolo con el mayor dolor de nuestro corazón, estas anomalías son necesarias para que el mundo funcione. O sea: somos una especie de robots que hemos sido construidos de una forma imperfecta con un propósito determinado…

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