martes, 22 de abril de 2014

Confesiones (4ª y última parte)
Recuerdo también el regreso, al día siguiente, cuando pasamos por el exuberante parque de El Guatopo, con los amarillos intensos de los araguaneyes en flor, los pájaros volando a ras de tierra, delante del coche, los helechos gigantes, más verdes, más asombrosos después de la lluvia, la frondosa vegetación, los luminosos flamboyanes, que tal parecía que estuviéramos cruzando por el paraíso terrenal… Íbamos despacio y nos deteníamos de cuando en cuando para contemplar el paisaje, y yo no me cansaba de admirar tu expresión extasiada, con tus ojos llenos de lágrimas por la intensa emoción que te infundían estas visiones casi sobrenaturales… Esa era una de las cosas que más me gustaban de ti: tu capacidad para sentir intensamente la vida y la belleza.     
Desde luego, algo tenías: una fuerza interior, una proyección personal, una ingenuidad y una fragilidad física —solo aparente—, que hacía que nadie, ni tan siquiera la naturaleza, fuera capaz de herirte o de hacerte daño.
Puede que mis pensamientos difieran entre sí; es posible que choquen, que presenten contradicción, que se conviertan en antagonistas, pero no puedo evitar las dudas acerca de si en nuestro primer encuentro y posterior unión existieron alientos de trascendencia, de seres de otros mundos empeñados en convertirnos en socios amorosos de la misma gestión. Cuanto más analizo el proceso que seguimos, más convencido estoy de que tuvo que intervenir una deidad llámese como se llame y proceda de donde proceda. Al analizar nuestra relación ahora, en este momento, siento un estado de excitación, y no puedo evitar considerar que existió una fuerza externa, un ente poderoso, o sea, como si alguien ajeno a mí decidiera nuestra fusión, rimara nuestros objetivos y los sentimientos que pondríamos en ello. Por ejemplo, se puede ver con facilidad que en nuestro enlace sucedieron varios hechos significativos. Tenemos el viaje en aquel tren de Medina donde se verificó mi encuentro con Félix gracias a la cual nació nuestra relación. Percibo que éste fue un acto dispuesto por una deidad. Los dos salimos de aquel pueblo expulsados por nuestros respectivos padres (debido a nuestro mal comportamiento), pero en mi caso, era la  segunda vez que, en pocos días, me mandaban para afuera. De haber prosperado la primera ocasión, jamás me hubiera encontrado con Félix y nuestro enlace no se hubiera efectuado nunca, porque, como ya digo, de aquella amistad casual, surgió mi relación contigo. Pero siguió toda una serie de hechos inexplicables que son ampliamente expuestos en esta novela. 
Reproduzcamos tan importante momento, abramos nuestros respectivos cofres de la razón en relación con aquel instante cuando se cruzaron por primera vez nuestras miradas y nuestros corazones latieron por un momento impulsados por un recíproco sentimiento…  ¿Fuimos nosotros los que lo provocamos o fueron los dioses del Olimpo? Porque, debo decirte, cuando mi interés se posó sobre ti, mi cercanía espiritual no se efectuó como una acción premeditada, sino que surgió de un enigmático centro de control llamado subconsciente. Aunque me agrada la adorable relación, te lo aseguro: no fue algo determinado por mí. Provino de un impulso interior indescriptible. Yo solo pulsé las teclas de mi ordenador interior, pero las órdenes, los propósitos, la permanencia, accedieron a mí desde bases de control más interna. Quiero decir que nada de esto estuvo bajo mis capacidades de decisión… Parece como alguien decidió que tú fueras para mí, y yo fuera para ti y no hubiésemos sido nosotros quienes lo determinaron. 
Tengo la sensación de que nuestra unión estaba decidida por encima de nosotros mismos.
Porque el albur, la casualidad, no puede convertirse en un hecho creativo de tal trascendencia. 
¿Seremos las piezas de un ajedrez universal?

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