jueves, 10 de abril de 2014

Chasquear los dedos
Lo que impera en el Universo es la fuerza física, es decir, la gravedad, el electromagnetismo, la energía, el átomo y su desintegración, los blosones, la velocidad de la luz, etc. Añadido a esta fuerza física, en determinados cuerpos localizados, como la Tierra, impera la Biología. Estas dos fuerzas contenidas en el Universo son las que producen y ocasionan nuestra vida, la de las plantas, la de los animales y las de nuestro mundo todo. O sea, podemos decir que nosotros vivimos gracias a ella. Ante tal magnitud, tal energía, ante la composición producida por estas fuerzas, no hay Biblia que nos explique, ni catecismos de Ripalda, ni  vírgenes milagrosas o resurrección de muertos; no, no hay Adanes ni Evas, ni Arcas de Noe, ni Santos Job, ni ballenas que se meriendan a un ciudadano y éste sale de sus entrañas vivo. La Ciencia, los átomos, el electromagnetismo, la biología, la física cuántica, la velocidad de la luz son demasiado imponentes, y tan necesarios para la vida, que no se pueden explicar con la Biblia en la mano, o tratar de apoyarse en historias tan pueriles como  «¡Hágase la luz!», a base de chasquear los dedos, o la de aquel Abraham que intentaba sacrificar a su hijo Isaac para contentar a  Dios exigente, para mostrar su obediencia. Es como contarle a un niño el cuento de Blancanieves y tratar de que se lo crea como un fundamento de la existencia… No voy a negar que toda esta composición física, química y biológica que nos da la vida tiene su misterio, su inexplicable sentido, y genera sus dudas acerca de su procedencia y razón. Estamos conscientes, lo vemos, lo palpamos y lo disfrutamos, nos admiramos de que haya tanta armonía como para considerar que todo es obra del azar y de una química desordenada. Y no deja de ser audaz creer que un día sucedió un bing-bang y a partir de allí comenzó a desarrollarse una cadena de casualidades estrambóticas que acabó proporcionándonos el ser, y la maravillosa vida que contemplamos, o los sentimientos, la poesía y el alma, la bondad, la inventiva, la sonrisa conciliadora… Pero eso «es harina de otro costal». Hay que admitir que esas creencias pueriles de ballenas y tablas de la ley podrían haber sido necesarias en un pasado remoto, cuando la gente era más sencilla, cuando las mentes operaban bajo el signo del mito y la superstición y no se le podía venir con noticias de físicas cuánticas ni fuerzas de gravedad, ni blosones, pero hoy, cuando la vida se nos muestra tal cual es, cuando el ser humano ha sobrepasado todos los vaticinios bíblicos, cuando se utiliza la computadora para escribir y comunicarse (como yo ahora), esas historias están fuera de lugar. Simplemente, no encajan. La vida, el milagro, debe ocurrir de otra manera.

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