jueves, 4 de junio de 2015
Los signos retorcidos
de la vida
A veces creo que los signos confusos de la vida me acosan de forma sañuda –sin piedad ni sentido alguno– ; me refiero a esos sentimientos desbaratados que surgen de no sé dónde y están faltos de naturalidad y razonamiento: Sin ir más lejos, esta misma mañana me desperté temprano… Debían de ser las 6. Después de deambular un rato por mi apartamento tratando de tomar conciencia de que estaba vivo y de asimilar las actividades que me había fijado para ese día, me sentí repentinamente fatigado, como si no hubiera dormido lo suficiente (en realidad solo había dormido unas cinco horas), y, como a la media hora, decidí volver a acostarme. Y así lo hice. Pero cuando estaba en ese estado de duerme vela, que es como no estar ni dormido ni despierto del todo, recibí una especie de comunicación telepática (algo que ya me ha ocurrido otras veces), sin que pueda precisar de quién ni de dónde procedía. Sí me imaginaba a un ser escondido entre esos oscuros y enigmáticos repliegues de la existencia, alguien o algo confuso y muy poco preciso. Aunque escuchaba su voz con claridad, no la sentía en mis oídos, sino en mi mente. Su mensaje fue corto y tajante: Quien quiera que fuese, vino a decirme cuatro verdades: «Aleja esos problemas imprecisos que tanto turban tu mente. En principio, debo comunicarte por si no lo sabes bien que los espíritus no existen o existen solo en tu cabeza. Acostúmbrate a ver la vida como es y no busques explicaciones a algo que no la tiene o que no está a tu alcance. Lo único que está claro es que todos los mortales y los seres vivos interpretan una función, unas fases de la vida que son impepinables, que es nacer, es desarrollarse como corresponde a un niño; a continuación tienes que comenzar a absorber la vida desde la sufrida posición de adolescente, para más tarde convertirte en adulto y participar en serio, luego en maduro y, finalmente, en viejo. Y cuando llegas a esta edad, más tarde o más temprano, vas y te mueres, sin poderlo remediar que si es un momento triste, también es natural: desde que naces sabes que tienes que morir. O sea: dejar de existir. Fallecer. Dejar de estar en la vida… Lo que haya después, por más que te devanees el cerebro, no lo vas a descubrir porque esa es la composición determinada. La vida tiene esos ciclos, es lo único que está muy claro y lo único que te puedo manifestar: algo que está a tu alcance comprobar. Y no hay que darle más vueltas. ¿Por qué no aceptar lo que se te da sin necesidad de pasarte la vida buscando significados ambiguos?» Al final no me pude dormir… Sí, después de esta conferencia, pude haber tomado algunas decisiones respecto a mí y a mi comportamiento psíquico. Otras veces lo he hecho o he intentado hacerlo sin obtener ningún resultado. Porque, al final, siempre se impone mi verdadero yo, que es la acción de mis genes y, por lo tanto, la hechura establecida en mi composición, mi estructura mental, mis neuronas, mi identificación subconsciente de la vida, mis neurosis heredadas. En una palabra: mis gilipolleces…
(La foto corresponde a mi abuela Mónica, a mi madre cuando estaba soltera, y a mi tía Pilar. Están en la entrada de su casa en el Crucero de Montija. Debió ser hecha hacia 1920.)
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