lunes, 22 de junio de 2015


Al cumplir 83 años…
Hoy cumplo años. Nada menos que 83. ¿Y qué se dice a esta edad? ¿Qué se propone? ¿En verdad hay algo que deba proponer? ¿Pero, le sirve a alguien mi experiencia? ¿Tengo el mérito de crear imitadores? No creo o, más bien, pienso que en lo absoluto. Es probable que en mis años de juventud no pensara para nada en este trance que se me presentan ahora… ¡83 años! ¡Qué enorme carga de conciencia positiva y negativa representa vivir tantos años! Cuando era más joven, nunca pensé en llegar tan lejos, en que algún día sería tratado como un anciano, o que me vinieran a decir: «¿Es que Ud. ya no oye bien?» «¡Ustedes los mayores no deben opinar sobre la vida actual, porque viven encerrados en su pasado!» «¡No tenía el coraje requerido para abrirse camino, por eso se ha quedado en la mitad…!», y otras cosas por el estilo. Bueno, la verdad es que, cuando era joven, ni lo pensaba ni me preocupaba. Hasta cumplir más o menos 50 o 60, uno no trae a colación ni la muerte ni la vejez. Se piensa que se es eterno o que la muerte queda sumamente alejada de uno… Pero, cuando se llega a esta edad se cree que la vida ha sido muy corta, muy limitada, y que se han quedado muchas cosas por el camino, sin hacer. No obstante, este es un buen momento para hacer un recuento serio, formal, alejando los fantasmas de la cabeza y evitando los prejuicios y los mitos que, por lo general, atormentan mi cerebro y mi comprensión de las cosas  Pero deseo hacer una aclaración: si en mi último blog exponía la posibilidad de una diferencia de vida siempre que hubiera nacido fuera de España, no quiere decir que ese fuera mi deseo. Si hubiese nacido fuera de este país, mi vida hubiese sido otra, y, aún considerando los contratiempos de mi niñez y adolescencia (y algo en la primera etapa de adulto), a partir del día que tomé las riendas de mi vida, todo fue cambiando y, al pensarlo, me siento deliciosamente feliz de que todo haya transcurrido como ha sucedido. Por esa razón, no deseo que haya sido otra, sino esta misma, la que es. El primer hecho insoslayable, el primer acontecimiento digno de reseñar, el más esencial para mí, el más significativo, el que, posiblemente, cambió mi vida, fue mi encuentro con Angelina a raíz de mi regreso del servicio militar. Ella fue la mujer que me ayudó a encontrar el camino; la que me demostró qué cosa es el Amor, ese Amor verdadero, escrito con letra mayúscula. Quizá cuando vivíamos juntos no fui capaz de entenderlo en su verdadera dimensión. Es posible que entonces lo aceptara como algo que me pertenecía dentro de ese tono y esa plausibilidad que aspiraba a encontrar en mi vida, como algo que, ¡cómo no!, a mí, por ser quien yo era, me correspondía… Pero es ahora, cuando ella no está a mi lado, cuando me doy cuenta de que fui un elegido, y capto a plenitud la verdadero dimensión de mi sentimiento (como correspondencia al de ella). Y, desde luego, no solo me estoy refiriendo al amor físico, el amor que se conjuga en la cama, sino al amor pleno entre dos personas que se comprenden, y que se aman porque se conocen a fondo y que es difícil que uno pueda vivir sin la otra. 
El siguiente acontecimiento que le dio incentivos a mi vida es que, como consecuencia de este matrimonio, trajimos seis hijos al mundo. Con lo cual el ciclo, el mandato de la Naturaleza, quedó cumplido. Y para mí (ojo, para mí), se trata de seis hijos especiales, únicos, de una inteligencia fuera de lo común, que me animaron mucho a seguir en los momentos que tembló mi comportamiento de hombre casado. En general, y para no convertir este relato en una autobiografía, en las ocasiones que hago inventario de mi vida, no puedo dejar de preguntarme: «¿Será posible que todos esos hechos, esas aventuras, esos deleites espirituales me hayan ocurrido a mí o solo se trata de un sueño?». Más adelante narraré (no se asusten que no estoy hablando de un rollo interminable) algunos de los hechos extraordinarios que adornaron mi vida. Es decir, los hechos que se salieron de lo normal.

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