sábado, 2 de mayo de 2015



Añorar a Dios…
Sobre mis creencias, debo confesar que añoro de forma vehemente la presencia de un Dios inventor y constructor del mundo, puesto que, para mí, esa sería la única explicación admisible de la existencia… Pero no hay pruebas o soy yo tan lerdo que no las encuentro. Por otra parte, resulta difícil, prácticamente imposible, aceptar la presencia de un Creador cuando recurrimos a la razón… Puede decirse que esta pasión mía por razonar es lo que me conduce, no digamos a un ateísmo fiero, pero sí a un agnosticismo cerril. Aunque no deja de ser curioso que inmediatamente después de caer en estos incrédulos e inquietantes razonamientos, sienta una sensación de abandono, una soledad profunda, un convencimiento de que los seres vivos carecemos de significado, lo cual causa una descomposición a mi ego. Cuando reflexiono sobre la posibilidad de que seamos producto de la casualidad, como pregonan algunos científicos de escasa o nula imaginación y con el cerebro cuadrado, esta teoría es tan desconcertante o más como la otra referida a nuestra creación por un Dios (y digo un Dios como podía decir un Ser con unos poderes excelsos desde donde pueda concebirse una línea de concepción). Consideremos que, por principio, desde el nacimiento de la humanidad hasta hace bien poco, la presencia de Dios era incuestionable; quiere decir que lo intuitivo, lo natural en el ser, lo aceptado acerca de la comprensión de la vida, lo más compensatorio para el alma, es creer. Y da lo mismo que se mantenga esto en la versión, en la creencia o en la filosofía que se quiera. Si lo vemos bien, los seres vivos somos un ingenioso robot, un utensilio, una admirable obra de ingeniería que hasta hace concebir que la idea de haber sido creados proviene de nuestra intuición, y está más en consonancia con la forma de entender la vida. Incluso, mi estado mental cambia según el concepto que aplique: cuando miro desde mi ventana hacia la calle, según como piense, atribuyo una intención diferente a la vida: cuando pienso que los transeúntes son hijos de Dios, los veo como seres especiales, gloriosos, que tienen una razón de ser, que su moral, sus pasos, su sonrisa es promovida y acondicionada a la vida y al comportamiento; que, en resumen, caminan hacia alguna parte definida. Mientras que si los considero producto de la casualidad, me parecen unas pobres almas sin sentido, sin orientación, perdidas en la nada, que no responden a ninguna razón. Nos veo solos y no pasamos de ser unos desvalidos sin ningún sentido, sin ningún fin, sin ninguna esperanza, sin ninguna magnificencia; es decir, que aunque seamos unos seres a los que la «casualidad» nos permite soñar, y a los que se permite tener ilusiones aunque sea sin razón alguna, sin tener un destino determinado, somos una obra de ingeniería física, biológica y espiritual que no servirá para nada, que carecerá de un fin. En este caso del azar, los científicos, los pensadores, las filosofías de los principios y el sentido de la vida, no tendrían explicación alguna (ni la evolución, ni la ciencia, ni el conocimiento). Acabo de leer en un periódico donde se dice que cabe la posibilidad de que estemos solos en el Universo, o sea, que no existan otros mundos. Esa teoría pudiera tumbar la explicación de la casualidad, que, por otra parte, insisto, es la versión menos creíble. Y de ninguna manera quiero aparecer como si yo tuviera algo contra los científicos y defendiera una idea religiosa, ya que, a pesar de mí, ese no es el medio donde se desenvuelve mi alma. Puede que ellos no lo quieran reconocer, paro la teoría del big bang, en el caso de ser cierta —cosa que yo, igual que otros muchos pensadores, dudo abiertamente— encierra un misterio más profundo, es más difícil de comprender que si fuéramos el producto del chasquido de los dedos de un Dios como dice la Biblia. ¿Dónde se ha visto que después de una explosión de tal magnitud surja algo? O sea, es como decir que los árboles que nos dan sombra, son una casualidad; la atmósfera que nos envuelve, otra; el agua que bebemos, ídem de ídem; la fuerza de la gravedad, la misma cosa… Y no deseo mencionar el perfume de una flor, el color del cielo, la placidez del mar, el amor, el arte, la música… ¿Todo eso es producto de una casualidad? ¿Y por qué esta casualidad no se ha dado en ninguna otra parte del Universo, y sí aquí? Pero, creo que lo mejor será no meditar en esas cosas indescifrables y dejarme ir, o dejarme caer por la pendiente o ser elevado hacia el infinito, pero sin que yo me lo proponga…

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