viernes, 8 de mayo de 2015

















Cambios
generacionales
Este texto me lo inspiró Angelines. Podría haber sido escrito por ella:
«La vida, esa vida que ahora es tuya mientras a mí ya no se me da, circula de atrás hacia adelante. Según van pasando los años, las costumbres, la filosofía, los conceptos, las formas de vida van cambiando. De generación a generación, los hijos van sabiendo más que los padres, de eso no hay duda. Sus sensaciones cambian; sus requerimientos o sus conceptos de lo que puede ser el amor son diferentes; sus relaciones amorosas no son tan «pecaminosas» como fueron las nuestras. En torno a la mujer se han ido destruyendo muchos mitos, hasta el punto de que, probablemente, hoy, Virginia Woolf no se hubiera suicidado porque la mujer se mueve en la misma línea que el hombre, o casi en la misma. Al menos ya no existe esa sumisión, ese sometimiento hacia el hombre que hubo en el pasado. Por ejemplo, mi madre siempre vivió sometida y excesivamente respetuosa con mi padre como si este fuese un pequeño dios que había que socorrer en todos sus caprichos, en los sexuales y en los materiales. Él tenía la virtud de ser un hombre hecho a sí mismo. Cuando apenas tenía doce años, abandonó su remoto pueblo y se fue para Madrid, y lo hizo con lo que llevaba puesto, sin otro equipaje que su gorra. Una vez en Madrid, entró a trabajar en una carnicería y en la misma tienda le concedieron un rincón (él solía decir que debajo del mostrador) para dormir. Era tan trabajador y tan diligente que, finalmente, pasó a la categoría de dependiente y más adelante acabó comprando el negocio. Tal vez esa fuera la razón de que se sintiera crecido y se comportara con actitudes de amo, con todas las prerrogativas, por eso se convirtió en quien dictaba las leyes, quien disponía de plena libertad y frenaba o controlaba la de sus familiares; mi madre era la dócil esposa, la cocinera, un poco la sirvienta, la responsable de que la casa estuviera en orden y de la educación de los hijos. Y se sometía sin rechistar porque esa era su interpretación de la vida (algo que en el pasado fue heredado de los árabes). Además, ella provenía de un pueblo donde las costumbres estaban más arraigadas, donde las leyes sociales eran inamovibles, donde el dominio de los hombres era aceptado y la sumisión de las mujeres era total. Además, se educó en la pobreza. Ahora, al ser sus hijos mayores —mis hermanas y hermanos—, las cosas habían cambiado y ellas poseían otros conceptos. Pero en el trato hacia mí no se explica bien su actitud. Según ellos —mi madre, mi padre y mi tía—, tú eras el representante del mal, de la juerga, de la informalidad. Lo extraño es que a mis dos hermanas no se les puso ningún impedimento en sus respectivos noviazgos. ¿Por qué a mí sí? Tal vez sería debido a que yo había tenido un novio anteriormente y después de dos años desapareció de mi lado y no volvió a dar señales de vida. O sería por mi carácter independiente, por mi afán de no exponer públicamente mis sentimientos, o puede que debido a que tú, Jacinto, provenías de una familia culta pero no adinerada. Y ellos todo lo evaluaban por lo 'abultado' del bolsillo…».

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