domingo, 26 de abril de 2015


Simulando que se vive
Yo, ahora, cuando soy mayor, veo la vida como si se tratara de algo ajeno a mí y, sobre todo, la siento muy extraña, muy desligada de mis conceptos y de mis ambiciones reales, las pocas que me pueden quedar. Porque no voy a negar que antes era uno más del rebaño: pertenecía a esos que van y vienen; a los que lo ambicionan todo y se pasan la vida deseando poseer todas esas cosas que la publicidad nos mete por los ojos y con las que tratan de embaucarnos; era de los que siempre actuaba impulsado por sus quimeras y por sus acciones espontáneas o poco calibradas. Ahora veo a la gente ir y venir, empeñarse, sacrificarse por lo simple, por las cosas que no tiene alma, aún reconociendo que muchas veces resultan graciosos, o cómodos, o entretenidos, o desenvueltos, y que despiertan la envidia ajena. Y me pregunto: «¿Eso era vivir?» o «¿Así es como se vive?». Es como si esta vida fuera una obra de un teatro del absurdo o perteneciente al cuento de Alicia en el país de las maravillas. Si…, entiendo que tiene que ser así, que hay que hacer lo posible para que el mundo progrese, y que es necesaria la competencia. Para darle cuerda a la vida, hay que levantarse por la mañana, tomarse un cafe; comerse un par de huevos con tostadas y salir para el trabajo, sin dejar de reunirse de vez en cuando con los amigos a tomar dos o tres cervezas y hablar de fútbol. Y atender a esa obligación ineludible de fabricar descendientes, lo cual es considerado como una primordial exigencia de la Naturaleza. También hay que ir al cine y ver televisión hasta quedarse dormido en el sofá. Y al día siguiente, el mismo té… Uno vivía como si siempre hubiera algo un poco más allá que estuviera al alcance, y que, empeñándose, acabaría por conseguirlo. Es decir: no hay duda de que la esperanza es la que nos mueve y hace que el mundo progrese… Vivimos como si presintiéramos un tesoro algo más allá de nosotros situado a nuestro alcance, y lo hacemos influenciados por el cine, por la televisión, por el vecino de al lado, por el ambiente competitivo o porque hay unos intereses que se encargan de presentar delante de nuestras narices esa vida que siempre es superior a la que tenemos. Con eso nos estimula. Pero, ¿cómo sería la vida verdadera? ¿Estará escrita en alguna parte? Se supone que si ha sido creada por un ser superior, ha tenido que establecer unas normas para vivirla… Y si somos el extraño fruto de la casualidad (en lo cual no creo), entonces se han ido imponiendo por las sucesivas circunstancias, por los mitos, por las creencias, por la ambición y gracias a la sexualidad (esto no lo digo yo: lo dijo Freud), y, sobre todo, por los impostergables deseos del ser humano que siempre quiere más. O tal vez porque el señor Universo y la señora Naturaleza nos imponen algunas leyes con el aparente fin de ayudarnos a vivir, de crearnos estímulos, o de arrearnos con una fusta. Pero a estos agentes universales no creo que les importen mucho los asuntos de tipo moral, y les trae sin cuidado hacía dónde caminamos y con qué fin… Pero, insisto: todos los favores que componen nuestra vida, los que la ilustran, los que la construyen, la embellecen, la permiten mostrarse, la estimulan, la proponen, la encienden, esa que se nos permite pensarla y adornarla, imaginarla, desearla, son necesarios. Y, por lo que a mí respecta, ya dije que creo que tiene que provenir de una fuerza superior, que, a su vez, proviene de un plan trazado, aunque no pase de ser como un día en la verbena… Imagínate a un dios (o como quieras llamarlo) que tuviera un desengaño amoroso acondicionado a su mundo: por ejemplo, que la diosa lo hubiera dejado por irse con otro dios de otra religión (como ocurría con frecuencia en la Mitología Griega), o simplemente porque su caballo entró el último en la carrera del hipódromo celestial. El caso es que le dio un profundo pesar o una depresión de altísimas dimensiones. Entonces, como una forma de mitigar su angustia, decidió crear vida en un planeta remoto –como este nuestro–. Un planeta en el que se dieran ciertas ventajas físicas y ambientales y no hubiera tanta piedra y sequedad como en otros. Total, que en su estado de melancolía decidió crear un mundo. Tomó unas células de por aquí, unos cromosomas de por allá, unas funciones biológicas, unos virus, unas moléculas, y allá te va… Pero, eso sí: trató de que nada fuese perfecto, sino cambiante, inseguro: bueno y malo a un tiempo, feo y bonito, atractivo y despreciable, selecto y chabacano, rico y pobre, y, lo peor de todo (¿o lo mejor?): con el fin de multiplicar a los humanos, decidió sostenerlos a base de relaciones sexuales entre hombres y mujeres, pero de forma que entre ellos se combinara el amor y el repudio, el desprecio y la atracción, la admiración y el odio. Es decir: que se amen y se maldigan como forma de mantenerlo vivo. Todo en tiempos alternos…

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