viernes, 15 de mayo de 2015

Los malos arreglos
Tal vez existen numerosas formas a mi edad de salir adelante, hallando la adaptación apropiada o, incluso, congraciándome con la vida, esa que aún le puede restar a mi historia, o, en el peor de los casos, aceptarlo con resignación, pero la verdad es que yo no encuentro a qué clavo ardiendo agarrarme. Sí…, hay ratos, momentos que uno se ilusiona, se queda admirando el paisaje, por ejemplo, o la belleza de un niño o una niña correteando por el parque, o la sonrisa de una mujer, pero, en general, son escasos los estímulos que se reciben. Y eso que le pongo mucho afán y una imaginación libre de «paños calientes» –al menos lo procuro– y no me agarro a lloros estériles, pero, en general, a esta edad mía lo que más se impone en la conciencia, la sensación dolorosa, o negativa, o frustrante de la muerte, del tiempo perdido, de las acciones dañadas, de los amores frustrados. Es decir, es el saber que la muerte está cerca y que no existe una solución para amortiguarlo o para enjugar las lágrimas del desconsuelo. Hay momentos que, incluso, no le veo ningún sentido al acto de escribir, aún considerando que esta ocupación —unida a mi supuesta «comunicación con Angelina», y mi tendencia a filosofar sobre las composiciones y las motivaciones de la vida— es la que me suele sostener y me brinda cierta dosis de ayuda para soportar los momentos de soledad. Pero como ninguna de estas acciones o estos hechos poseen formas contundentes de comprobarse (cuando hablo con Angelina no puedo evitar tener la impresión paralela de que puedo estar hablando con el aire, y, por lo que respecta a hacer filosofía de la vida, puede introducirlo a uno en un callejón sin salida). Además, en esta existencia precaria que tenemos los viejos hay mucha propensión a la melancolía; a pensar que nada tiene objeto, a que se ha perdido el tiempo y que todo es una burda mentira… Claro, pienso que todo o la mayor parte de mi estado, es por causa de mi viudez, ya que es probable que si tuviera una mujer a mi lado sentiría enjugadas mis lágrimas, y las cosas cambiarían. Pero, ¿qué quieren? Las veces que he pensado en la posibilidad de volver a casarme, inmediatamente lo he desechado. Es muy difícil que después de haber tenido una relación intensa de más de cuarenta años con una misma mujer y habernos amado, entendido y comunicado en la forma que lo hicimos; después de haber vertido mi corazón sobre ella y ella sobre mí sin prejuicios ni fingimientos, no veo que me sea posible unir mi vida a otra mujer. Eso significaría volver a comenzar la historia, y no creo que eso sea factible. Yo solo puedo tener una relación sobre la base del conocimiento y la comprensión mutua… Mi filosofía es que si una relación de esta magnitud se rompió, tengo que aceptarlo y no tratar de hacer un arreglo sustitutorio que, a todas luces, sería grotesco y defectuoso dado que en ningún momento podría reemplazar a la primera. 

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