miércoles, 11 de diciembre de 2013

Necesitamos un acelerador 
de la conciencia
¿Como podremos establecer una relación cabal fundamentada entre la conducta humana que nos es propia —o sea, los actos en nosotros que son naturales—, y el comportamiento artificial, agregado o adquirido? Me refiero al comportamiento que nos ha conferido la Naturaleza, por un lado, y, por otro, el que hemos adoptado debido a las imposiciones de la sociedad, las modas, el comercio despiadado, los pillos que nos han gobernado —buscando exclusivamente su beneficio—, la implantación histórica de políticas erradas, los falsos predicadores, las confabulaciones egoístas, la lucha despiadada por el dinero, así como los truhanes que pueblan el mundo. Sería, tal vez, conveniente adentrarse en las necesidades que motivaron nuestra implantación, en lo que motivó a crear esta vida, qué finalidad tenía nuestro creador y qué pensaba obtener de nosotros. Es decir, para qué fuimos necesarios originalmente y con qué fin nos trajeron al mundo. Porque, me repito continuamente, este tinglado inexplicable tiene que tener una explicación, un sentido, una razón. 
En lo que respecta a mí, ni la Ciencia ni los científicos son elementos en quienes pueda confiar. Me vendrán a asegurar que todo obedeció a la casualidad, o que se trató de la influencia sobre la vida de eso que llaman el «azar» compaginado con la «necesidad», que es lo que mueve las cosas y crea las actitudes… Y aunque no voy a negar que a la ciencia la humanidad le debe mucho, tanto en el sentido cultural como en el evolutivo, estoy seguro de que no le debemos nada en el campo filosófico porque ellos en esa rama no entran, saben poco, hasta quizá la desprecian, y nada han aportado en ella. Sí, se recrean, insisten, se pavonean, se creen los poseedores del secreto, pero solamente nos explican el «como», mientras que no dan la mínima pista del «por qué». Y no les hables de espiritualidad, ni de imaginación, y mucho menos de algo llamado alma, porque pierdes el tiempo o te mandan al carajo. 
Solamente tenemos que volver la vista hacia el cacareado «acelerador de partículas», que ha producido tanto gasto, tantas ideas falsas, tantas presunciones, tanta palabrería, tanta alharaca… Nos vinieron con que se trataba de la «partícula de Dios», o sea, la partícula con la cual Dios construyó al mundo… Y tanto ruido para nada. Y eso que están metidos en este asunto nada menos que unos seiscientos científicos… 
Pero ellos no entienden nada de esos aspectos internos, envolventes, que son el signo de cada persona, la conformación de cada individuo, la constitución, la estructura de la personalidad, la individualidad, las manías, sus necesidades particulares, los mitos, y su capacidad de sentir, de llorar, de reír, y de crear y admirar el arte. ¡Ah! y de crear música y poesía.

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