viernes, 6 de diciembre de 2013


Mada Carreño: momentos 
intensamente vividos
¿Puedo considerar aquel como uno de los pasajes más intensos y emocionantes de mi vida? Me estoy refiriendo al momento cuando vi a Mada en persona por primera vez. Acabábamos de arribar Angelines y yo a México, recién casados, y al día siguiente de nuestra llegada al Distrito Federal, por la mañana, ella se nos apareció en la puerta de entrada del apartamento donde habíamos ido a vivir, situado en la calle Xochicalco, de la Colonia Narvarte. Hasta entonces nuestra comunicación se había realizado exclusivamente por carta: unas cartas que, al principio, eran de absoluta belicosidad desde mi lado, cargadas de ira, de acusaciones, de reclamaciones morales… Ella, quizás, entendiendo mi enojo, capeó el temporal como pudo y mostró en todo momento una comprensiva actitud hacia mí, expresando reiteradamente su deseo de ayudarme. Y, poco a poco, esas misivas fueron creando entre nosotros un trato más afable, cargando nuestra amistad de profunda comunicación acerca de la vida, los modos y las actitudes de las personas. Y acabaron por convertirnos en grandes amigos. Así que, después de intercambiar numerosas epístolas en las que ella me mostraba una vida diferente a la que me metieron a «machamartillo» en la España de aquel «caudillo» impuesto a los españoles «por la gracia de Dios», Mada nos ayudó a trasladarnos a México y salir de la casposa e insoportable España de aquellos días… 
Y aquella escena reflejaba el momento que nos veíamos en persona por primera vez… 
Ella, 30 años mayor que yo, al mirarme se sonrojó. Yo es posible que también me sonrojara. ¡Habían ocurrido numerosos momentos de emociones encontradas entre nosotros como para comportarnos con normalidad!
¡Qué cantidad de imágenes, emociones, situaciones, ensueños y proyectos pasaron en aquel momento por mi mente! 
Yo era hijo de Eduardo de Ontañón, periodista y escritor,  alguien que había sido su amante, primero, y su marido, después. Todo comenzó durante aquellos días complicados de la guerra de España, cuando mi padre, viéndolo todo perdido, optó por huir al exilio a México, dando como disculpa que tenía que tomar esa determinación por cuestiones políticas (él había militado en el partido comunista), pero el hecho de hacerse acompañar por Mada, compañera suya en el periódico, daba a entender que estaba aprovechando la oportunidad para separarse de mi madre, cuya relación ya estaba muy deteriorada… Así que yo crecí con un resentimiento contra de los dos: contra Mada Carreño y contra mi padre. Ella era la causante de mi «orfandad» paterna anticipada. 
Después, una vez finalizada la guerra, mi actitud negativa continuó. Pero al morir mi progenitor, nuestro trato mejoró mucho. Yo tenía entonces 17 años y Mada unos 47. Y se me ofreció reiteradamente para sufragar los gastos si quería estudiar o instruirme en aquello que deseara, como estudiar periodismo —algo recomendado por ella—, por ejemplo, que fue lo que hice unos años después siguiendo su consejo, su apoyo y su asesoría. Además, di mis primeros pasos como periodista gracias a su influencia publicando mis artículos en varios periódicos y revistas mexicanas. ¿Quién me iba a decir que viviría días tan extraordinarios si consideramos unos principios tan desastrosos?  Mi relación con Mada me mostró los caminos, las actitudes, el sentido de la vida, y cómo debía encarar mi apreciación del mundo y de las personas.
¡Qué momentos tan intensos depara la vida! ¡Qué cantidad de emociones nos salen al paso! Eran los días donde mi juventud me proponía sin reservas la osadía de conquistar el mundo con la máquina de escribir como arma: 28 años, recién casado y llegando a México como todo un periodista hecho y derecho, e introducido en un mundo de gente culta y muy intensa… 
La verdad es que todo me sonreía.

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