lunes, 2 de diciembre de 2013


Mi hoy, teñido de añoranza
Hoy, que no tengo a Angelines a mi lado, me siento obligado a realizar un esfuerzo complementario para amar la vida, o sea, para amarla con la misma pasión de antes. Ahora mi empeño consiste, simplemente, en establecer un orden según los requerimientos de mi conciencia y ateniéndome a mis necesidades de hombre mayor. Y, para compensar su falta, y como ya no la pueda abrazar en persona, trato de captarla con una imaginación ilusoria, aunque sin extravagancias ni exageraciones; más bien echando mano de mi sentimiento. Y lo digo con todo el candor que soy capaz de sentir. Aunque, debo hacer una aclaración: todo lo que antes era «normal», es decir, el sentido del «amor» de antes, ahora carece de significado. Hoy mis sentimientos son más modulados, más discretos, tal vez más espirituales. Ya sé que es difícil determinar qué cosa es espiritualidad, o cuál es la representación del amor y en qué consiste. Considero que la Naturaleza no está para trotes lingüísticos ni conceptuales, y se desatiende de las normas relacionadas con las composturas humanas: para ella —que va, obsesivamente, a lo suyo—, lo normal, lo aceptable, lo imperativo, es que traigamos hijos al mundo, que los alimentemos, que les enseñemos a abrirse camino, a luchar contra el enemigo, a proveerse de alimentos, a buscar un cobijo donde guarecerse y a defenderse de los depredadores. Lo demás le trae sin cuidado. No le importa que cubramos nuestro cuerpo con una piel de oso o con una capa de Cristian Dior; que comamos exquisiteces elaboradas por un maestro de cocina como Anguiñano o que cacemos escarabajos, saltamontes y mariposas, los trituremos y nos los comamos. No le interesa si viajamos en un avión supersónico o en una carreta tirada por bueyes. Ella, mientras nos reproduzcamos, determina que sus imperativos están cubiertos. Y para cumplir sus propósitos nos introduce la orquitis (inflamación de los testículos cuando uno necesita desahogarse y no lo hace), el olor embriagante que se desprende de la mujer los días de celo, la pasión, el hambre, la sed, y el endurecimiento del pene. También podría ocurrir que la Naturaleza, Dios, el inexplicable creador del Universo, o quien nos haya plantado en este mundo, se regocije cuando ve que disfrutamos, cuando nos mostramos exigentes con nosotros mismos, o cuando ponemos el mayor empeño en luchar contra nuestras enfermedades y contra nuestra corrupción moral… 

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