domingo, 3 de noviembre de 2013


¡Estás en mí!
En realidad, para poner las cosas en su sitio, es necesario que entienda mi relación con Angelines: y es que no es el caso que esté todo el día preguntándome si está o no está en algún sitio, y si me quiere o no me quiere y lo haga con un tono desabrido maldiciendo a la razón. Ya un día escribí sobre este asunto. Pero, tal como soy yo, pronto me olvido de los razonamientos. Por esa razón, hoy voy a reproducir aquella nota que iba dirigida a ella:

Claro, amor, ahora caigo en la cuenta de que no hago las cosas como es debido: te doy un trato como si fueras una persona viva, presente en otro lugar. Y eso es imposible, porque yo te vi morir, y contemplé tu cuerpo cuando estabas muerta; y te enterré. Y te he visitado cientos de veces en el cementerio. O sea: tú, en tu configuración anterior, ya no existes; de aquella representación tuya terrenal no queda nada… Eso es incuestionable. En todo caso, existirás —de acuerdo con el significado etimológico de la palabra—, en otra configuración y en otro lugar, siempre que los métodos universales así lo tengan establecido. Pero, si estás, será en otra versión, en aquella que se aplique a las almas, o a los espíritus de los que mueren dentro de esas reglas inmutables que rijan la vida. Ignoro si escucharás estas palabras (que no te las digo solamente a ti sino también me las digo a mí mismo); si sonreirás como lo hacías antes; si estarás pendiente de mí en otro lugar y en otra configuración. Pero, lo más importante de todo es lo que afectas en mí, lo que adornas mi vida, lo que la moldeas, lo que la configuras, lo que la haces soportable. Es maravilloso que estés presente en todas las cosas que hago pensando si a ti te complacen o te desagradan; en la forma que te mantengo en mi mente, en mi corazón, en mi recuerdo, y en todas las acciones de mi vida; en cómo trato de imitarte en tu bondad y en tu ternura; y en la valiosa esencia del amor que siento por ti, que es un sentimiento superlativo, glorioso, que me transfigura espiritualmente, que me enaltece y que me enorgullece experimentarlo dada su trascendencia. Ahí, en esas actitudes mías, es donde te traigo a la vida, y donde nadie me puede disputar si me asiste una razón o estoy equivocado, ni venir a decirme que tú no estás viva, que todo es una patraña propia de un individuo pusilánime y supersticioso. ¿Cómo me van a destruir tu imagen si estás tan dentro de mí y soy solo yo quien puede darte alcance y situarme a tu altura, y hablarte? ¡Ahí nadie puede tener acceso, porque es un lugar donde sólo tú y yo habitamos.

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